Si ya has entrado en la dinámica de buscar información sobre descuentos en gimnasios, rutinas de ejercicios compatibles con el ritmo laboral y nutrición saludable… es posible que este año sí llegues a tiempo para la “Operación Bikini”. Y aquí surge el eterno debate: para perder peso ¿es más eficaz una dieta baja en carbohidratos o baja en grasas?
Aunque todos tenemos un amigo o cuñado fitness que asegura que su dieta -sea del primer o segundo grupo- es la que realmente funciona, científicos de la Universidad de Standford acaba de dinamitar esta duda. Según su estudio DIETFITS, publicado en la revista JAMA, ambas dietas funcionan exactamente igual. Algo que no esperaban, ya que en realidad querían identificar qué dieta funcionaba mejor según distintos factores genéticos, niveles de insulina o microbiota de cada uno de los participantes.
“Todos hemos oído historias del amigo que hace una dieta y le funciona bien. Luego otro amigo la prueba y no funciona para nada. Esto es porque cada uno somos diferentes y estamos empezando ahora a entender esa diversidad. Quizá no deberíamos hacer la pregunta de “¿Qué dieta es mejor?”, sino “¿Qué dieta es mejor… para quién?”, reflexiona Richard Gardner, profesor de la Universidad de Standford y coordinador de la investigación.
Mejor dieta a partir de genotipos
En los últimos años se está investigando la posibilidad de que un análisis del genotipo y de la resistencia a la insulina sea más efectivo para determinar qué dieta nos hará perder peso de forma saludable. Pero esta última investigación de la Universidad de Standford acaba de demostrar que todavía faltan décadas de estudios para concretar cómo funciona.
En este análisis participaron 609 voluntarios con sobrepeso, de entre 18 y 50 años, hombres y mujeres, que fueron divididos en dos grupos: los que seguirían una dieta saludable con restricción de carbohidratos (20 gramos al día durante las primeras ocho semanas, que equivaldría a una rebanada y media de pan integral) y los que seguirían una dieta saludable baja en grasas (20 gramos sería un puñado de nueces).
Antes de comenzar el experimento, los investigadores de Standford hicieron análisis a los voluntarios para secuenciar su genoma. De esta forma podrían detectar cierta predisposición genética y fenotipos que reaccionan más a los carbohidratos o a las grasas. También se midió su resistencia a la insulina, haciéndoles beber glucosa concentrada (una dosis de sirope de maíz) en ayunas.
Con todos estos datos y después de restringir los gramos de carbo o de grasas, el estudio fue introduciendo paulatinamente más cantidad para alcanzar un punto que fuera equilibrado y sostenible en el tiempo. No se trataba de diseñar una dieta salvaje que hiciera sentir hambre y los voluntarios abandonaran en cuanto pudieran, sino de encontrar las pautas nutricionales adecuadas a largo plazo. Después de un año, la dieta de mantenimiento se estableció en una ingesta diaria de 57 gramos de grasa como máximo o 132 gramos de carbohidratos.
“En ambas dietas dimos pautas a los voluntarios como comprar productos de mercado y de proximidad, cocinar más en casa y evitar los productos procesados. Además, les recomendamos que se alimentaran para evitar el hambre, porque de lo contrario sería difícil mantener la dieta a largo plazo”, añade el profesor Gardner.
Las conclusiones del estudio indican que ambas dietas son exactamente igual de efectivas y que no existe un patrón del genotipo que nos predisponga a tener más éxito en la pérdida de peso. Por eso, aunque probemos dietas que han podido funcionar a conocidos… existen motivos biológicos y genéticos que podrían hacernos fracasar.