Aunque tener un cerebro grande no tiene nada que ver con los niveles de inteligencia (lo sentimos mucho), lo cierto es que un nuevo estudio ha relacionado su tamaño con el de los músculos. Y sí, el resultado es bastante sorprendente e impactante.
‘How the Brain May Have Shaped Muscle Anatomy and Physiology: A Preliminary Study’ es la investigación que ha abierto la caja de Pandora. Liderado por Magdalena Muchlinski, Doctora en Biología Antropológica de la Universidad de North Texas, este estudio tomó como referencia varias teorías de mediados de los noventa en las que se hablaba de que el cerebro podía aumentar su tamaño siempre y cuando “robara” energía de otras partes del cuerpo. Una premisa que, hasta hoy, nadie había podido demostrar de manera biológica y científica.
Los resultados no engañan (y los primates tampoco)
Muchlinski y su equipo extrajeron muestras de tejido cerebral y de tejido muscular de una amplia variedad de especies de primates (muertos por causas naturales) entre los que se encontraban el tarsero filipino, cuyo peso es de 130 gramos, y el macaco cangrejero, el cual oscila entre los tres y los seis quilos de peso. ¿Cuál diríais vosotros que tenía el cerebro más grande? ¡El primero! ¿Casualidad que sea uno de los primates más ‘tirillas’ del mundo? No.
“Recopilamos masa corporal, masa muscular y realizamos la biopsia de cuatro músculos de cada espécimen para procedimientos histológicos", escribieron los investigadores en el artículo publicado en Wiley. Su líder e investigadora principal, Muchlinski, no deja lugar a dudas cuando habla de lo que encontraron tras las diversas pruebas que llevaron a cabo: "Los resultados muestran que los primates con el cerebro más grande tienen menos músculo y menos fibras tipo I que los primates con cerebros más pequeños”.
Pero claro, os preguntaréis vosotros que qué son las fibras tipo I. Correcto. Estas fibras, también conocidas como fibras musculares de contracción lenta son aquellas que tienen un alto contenido de hemoglobina y que tienden a ser muy abundantes en los músculos responsables de llevar a cabo actividades de baja tensión pero de gran continuidad, como por ejemplo correr. ¿Y por qué se encontraron en menor cantidad? Sencillo. A menos músculo, menos de esas fibras. Blanco y en botella.
La teoría del egoísmo
Esta investigación vendría a reforzar la llamada ‘Expensive Tissue Hypothesis’ (algo así coma la ‘hipótesis del tejido caro’) que sugiere que nuestros cerebros son egoístas por naturaleza y le dan prioridad a pensar más rápido que a realizar un trabajo físico duro al mismo tiempo. De hecho, algunos investigadores han llegado a determinar que el tejido cerebral necesita, al día, unas 240 kilocalorías para funcionar a pleno rendimiento.
Una energía que no dudado en ‘robar’ de otros tejidos corporales. De ahí lo que apuntábamos antes de las fibras tipo I. Cuando el cuerpo tiene que decidir entre ganar músculo o tener rapidez mentar, este se decanta por lo segundo.
Todo por la supervivencia
¿Qué es más importante para sobrevivir? ¿Ser inteligente o ser fuerte? Aunque pueda parecer lo contrario, incluso los cuerpos de nuestros antepasados cavernícolas eligieron lo primero (inconscientemente, claro está). Algunos estudios apuntan a que la habilidad del cuerpo humano para llevar glucosa hasta el cerebro podría haber sido lo que nos permitió sobrevivir y prosperar convirtiéndonos en pensadores ágiles y rápidos.
Otro reciente estudio llevado a cabo por científicos de la Universidad de Cambridge del departamento de Adaptabilidad fenotípica, Variación y Evolución demostró que aunque nuestros cerebros y cuerpos han ido deteriorándose (históricamente y biológicamente hablando) lo cierto es que todo apunta a que hemos evolucionado para priorizar el pensamiento en lugar del movimiento. Es decir, preferimos pensar de forma rápida a movernos más ágilmente. ¡Quién nos lo iba a decir!
“Este rasgo (el de priorizar la masa cerebral a la muscular) puede considerarse definitorio de lo que significa ser humano junto al de permanecer de pie sobre las dos piernas), apunta el Doctor Danny Longman, autor principal del estudio dirigido por la Universidad de Cambridge.
Así pues, no te desesperes si no ‘te sale músculo’ porque la culpa es de tu cerebro. ¡Lo sentimos!