Pensé que lo de no tener que pagar una cuota mensual y no tener que preocuparme de a qué hora ir al gym para evitar encontrármelo repleto de gente haría que entrenar en casa valiese la pena. Es por esto que decidí probar a hacer ejercicio en mi salón con vídeos de Youtube. Lo cierto es que encontré alguna que otra ventaja, pero la experiencia no me convenció y te cuento por qué.
Una de las mejores cosas de montar mi improvisada sala de fitness casera era que no tenía que arreglarme para ir a entrenar. Y no, no es que para ir al gimnasio pensase mucho en qué ponerme, pero, al hacer los ejercicios en la intimidad de casa, podía permitirme el vestir lo primero que pillase sin preocuparme de si combinaba o no la camiseta con el pantalón. Y con el pelo, más de lo mismo. Lo de peinarme para ir al gimnasio era una de las fases que podía saltarme si iba a entrenar con Youtube.
Pero hacer ejercicio en casa no es sinónimo de sudar en la intimidad, sobre todo si compartes piso con otras tres personas. Es por eso que, daba igual a qué hora me pusiese a entrenar, siempre llegaba alguno de mis compañeros de piso y me encontraba haciendo posturas complicadísimas delante de la pantalla del ordenador.
Mi salón no estaba lleno de cachas que ocupasen todo el espacio pero, sin embargo, sí que estaba repleto de muebles que tenía que apartar cada vez que me disponía a entrenar. Aún así, al hacer los ejercicios acababa dándome golpes con alguna silla o con la mesa. Tener que controlar los movimientos para no acabar tirando al suelo lámparas, jarrones y otros objetos de casa era algo que hacía que el entrenamiento fuese una tarea complicada.
La falta de material para hacer los ejercicios fue otra de las cosas que me hicieron pensar que entrenar en casa con Youtube no estaba siendo una buena idea. Aunque muchos de los vídeos que veía permitían entrenar utilizando simplemente el propio cuerpo, en la mayoría de los tutoriales se acababan usando mancuernas, gomas y todo tipo de material deportivo que yo, por supuesto, no tenía.
Lo que sí tenía en casa era una nevera, en la cocina, repleta de comida que suponía una auténtica tentación en mitad del entrenamiento. ¿Qué significa esto? Pues que, entre ejercicio y ejercicio, acababa yendo a picar. Que si unos frutos secos y me pongo con las flexiones, que si un yogur y me hago las cuatro series de sentadillas, que si unas galletas antes del último ejercicio... y así. Total, que acababa eclipsando la sesión de fitness con improvisadas meriendas.
Una de las cosas que menos me gustaron de entrenar con vídeos de Youtube fue precisamente no saber cuáles elegir a la hora de entrenar. Son muchos los youtubers especializados en fitness, por lo que dar con el entrenador adecuado requería pasarse largos ratos buscando entre vídeos y vídeos. Lo mejor era poder cambiar con unos simples clics, pero lo peor era que al final podía pasarme horas navegando en Youtube sin haber comenzado a entrenar.
Y es que el ordenador era el gran aliado pero también el principal enemigo de mis entrenamientos caseros. Los descansos entre serie y serie de ejercicios los aprovechaba para consultar las redes sociales. Que si Facebook, que si Twitter, que si otra vez Facebook... Así se iba rompiendo la continuidad del entrenamiento... ¡con lo importante que es no excederse en los tiempos de descanso entre series!
Que no hubiese nadie para corregir los ejercicios fue otra de las cosas que no me convencieron de las sesiones de fitness frente a Youtube. Los youtubers te explican en sus vídeos cómo hacer los ejercicios, pero no ven cómo los estás haciendo y, por tanto, no te avisan en caso de que los estés haciendo mal. Durante un entrenamiento me hice un poco daño y eso me hizo pensar que lo de entrenar en casa no era una buena idea.
Finalmente, después de un mes, volví a apuntarme al gimnasio. ¡Cuánto lo había echado de menos! Al entrar, me sentí como en casa. Mis monitores ahora eran de carne y hueso; podía hablar con ellos y pedirles asesoramiento. Además, ver a otra gente haciendo ejercicio me motivaba a la hora de entrenar. Y bueno, daba igual si tenía que buscar esas mancuernas de 10 kilos que siempre andan perdidas en el gimnasio o que me preguntasen eso de “¿te queda mucho?, ¿nos turnamos?” nada más sentarme en una máquina. La vuelta al gym merecía la pena.