“¿Pero cómo no va a saber una persona cómo estornudar?”, me decía mi amigo Fernando cuando le explicaba el motivo de este artículo. Pues sí, queridos amigos de la vida sana, hay gente que no sabe estornudar. O bueno, no es que no sepa, es que lo hacen mal sin ser conscientes de ello. Cierto es que la acción de estornudar es algo que no podemos controlar. Aparece y desaparece a su antojo. Pero la manera en la que llevamos a cabo el estornudo es particular en cada uno de nosotros (como el patio de la canción, que también era particular).
Todos conocemos a alguien que cuando estornuda parece que se vaya a descoyuntar o que hace un movimiento de cuello que ni los avestruces. Y ahí, queridos, es cuando estamos poniendo en riesgo la salud de nuestras cervicales y de nuestra espalda. ¿El motivo? Comencemos por el principio.
Esto es lo que ocurre cuando estornudamos
El estornudo es un acto reflejo durante el que se produce la expulsión de aire pulmonar a través de las fosas nasales y la boca. Es el epitelio respiratorio (la capa de células que compone nuestra nariz) la que cuando se irrita, manda una orden al cerebro para que este inicie el acto de estornudar y expulse así la sustancia que está ingresando en nuestro organismo. Si bien es cierto, no solo expulsamos aire, también mucosas provocadas por diferentes agentes como pueden ser el polvo, los olores, las alergias… Hasta ahí todo bien (asqueroso, pero bien).
Además, el reflejo de estornudar consta de dos fases: una primera llamada ‘inspiratoria espasmódica’ (que sería cuando estamos notando ese cosquilleo y preparándonos para lo que va a llegar) y una segunda que recibe el nombre de ‘espiratoria’ tanto nasal como oral (ya se sabe que ‘cuando haces pop, ya no ha stop’).
Pero ahora llega lo verdaderamente importante. La velocidad de un estornudo oscila entre los 70 y los 130 kilómetros por hora y las partículas (o lo que quiera que salga de nuestra nariz y boca) pueden llegar a ser expulsadas hasta los 8 metros de distancia. Lo sé, una locura. ¿Y quién paga el impacto de este esfuerzo? ¡Nuestras cervicales, en primer lugar, y nuestra espalda, en segundo lugar!
Cuando estornudamos, tendemos a olvidarnos de mantenernos erguidos y muy pocas veces mantenemos el control de la posición de nuestro cuello. Vaya, que nos convertimos en el perro de juguete que se coloca en la parte de detrás de los coches, para entendernos. ¿Cómo evitar esto? Pues siendo conscientes de nuestros estornudos. Que sí, que yo sé que es muy complicado mantener la calma en dicho momento, pero todo es cuestión de acostumbrarse y al cabo de un tiempo te saldrá de manera natural. Además, que lo que te voy a pedir que hagas no es tan difícil y tu salud te lo agradecerá.
El truco está en doblar las rodillas
Tan sencillo como eso. Y no lo digo yo, lo dice la fisioterapeuta inglesa Sammy Margo: “Doblando las rodillas al estornudar, la fuerza del estornudo es absorbida por la parte baja de las piernas [la pantorrilla de toda la vida, añado yo] en lugar de por la espina dorsal”. “¿Y ya está?”, te preguntarás tú.
No solo eso, también debes acompañar el estornudo con tu cuello. “Hay gente que en el momento de estornudar, lo tensa y lo deja como inmóvil. Lo más saludable es dejar que el cuello se mueva de manera natural ante el estornudo, pero intentando no hacer ningún movimiento brusco”, explica la experta. Y sí, quizá esta segunda parte es un poco más complicada, lo sabemos. Pero con un poco de práctica, verás cómo te conviertes en el rey de los estornudos.
Y cuidado con creer que este pequeño cambio no lo notarás en tu salud dorsal. Según un estudio llevado a cabo por la empresa Kimberly-Clark, especializada en higiene, salud y cuidado personal, una persona estornuda al año en tornos a unas 400 veces. Así pues, protegerás a tus cervicales y espalda de 400 impactos a una velocidad de entre 70 y 130 km por hora. Merece la pena intentarlo, ¿no crees?