Los mensajes que nos llegan desde muchos frentes casi siempre van en la misma dirección, hay que llegar, acabar, batir tus marcas sea como sea. Sentencias del tipo: “no pain no gain”, “impossible is nothing”, “rendirse no es una opción” y cientos de ellos más, alimentan la idea de que tenemos que hacer las cosas sí o sí, cueste lo que cueste. Y eso en muchas ocasiones hace que no veamos un poco más allá y entender las consecuencias que puede tener el querer el no saber parar a tiempo.
El domingo pasado estuve animando a los corredores en el Maratón de Madrid. Primero me planté en el kilómetro quince y después me fui al cuarenta para intentar dar el último empujón a esos valientes que se enfrentaban a la distancia de Filípides. Y lo que vi en ese kilómetro cuarenta me dio para pensar largo y tendido.
Para poneros en antecedentes, el domingo hizo mucho calor en Madrid. A las 11 de la mañana superábamos los 20 grados. Puede que no parezca mucho, pero veníamos de unos meses donde en Madrid hemos pasado bastante frío. De repente, los corredores se enfrentaban a unas condiciones meteorológicas a las que no estaban habituados y probablemente tampoco preparados. Y eso, pasó factura a muchos de ellos.
Para los corredores que pasaron de las tres horas y media corriendo el día se hizo muy muy duro. Vi varios corredores con bajadas de azúcar, pálidos, con zancadas y pasos erráticos que seguían adelante casi como ‘zombies’. También vi a otro con un claro cuadro de hiponatremia, vomitó delante de mí, lo que fácilmente podrían ser dos litros de agua, y también siguió adelante.
Cuando los veía pensaba que lo que hacían era una locura, que aún les quedaban más de diez o doce minutos de esfuerzo (en el mejor de los casos) y después el cambio que se produce en el cuerpo al acabar de correr, iban a sufrir muy mucho al terminar el maratón. Me pregunté si realmente merecía la pena seguir y acabar en ese estado. Una parte de mi les entendía, pero otra, la racional, decía que aquello era absurdo.
Yo he pasado por situaciones así varias veces y no siempre he sabido actuar de la mejor manera. La primera vez que tuve un problema grave fue en la Madrid-Segovia de 2013. En el kilómetro 90 tuve una bajada de azúcar y decidí continuar. Eso sí, después de parar un buen rato, tomar glucosa y buscar un grupete para llegar a Segovia. ¿Podía haberme pasado algo? Puede ser, pero intenté minimizar los riesgos. ¿Volvería a hacerlo? No creo.
En ocasiones posteriores sintiendo que mi cuerpo no respondía como yo creía que tenía que hacerlo he decidido parar. Decir: “hasta aquí” e irme a casa. ¿Y sabéis una cosa? No pasa nada, nada, no eres menos hombre, ni mujer, ni eres un cobarde… Cuando eres consciente de que tu salud e integridad física están en juego lo que hay que hacer es parar. Carreras hay cientos, miles y oportunidades para resarcirte tendrás más adelante.
Hay que pensar que sólo tenemos un cuerpo y una vida. Y que esto que hacemos, lo hacemos por diversión, es un hobby, no nos va la vida en ello así que, ¿por qué nos la vamos a jugar? Sé de sobra que muchas veces en una carrera no pensamos en eso, sólo vemos los kilómetros que nos quedan, los que llevamos a cuestas, el esfuerzo que nos ha supuesto llegar hasta donde estamos y mil cosas más.
Seguir es lo más ‘fácil’ que podemos hacer, estamos en la dinámica de un paso, de otro y otro... Por eso la decisión de parar es de héroes, es la más difícil de tomar cuando todo y todos los demás te piden que sigas sin ver las consecuencias de lo que dar una zancada más te pueden traer.
Así que desde aquí quiero reivindicar y mostrar mi respeto para todos aquellos que alguna vez han tenido y han sabido para a tiempo. Para mí, sois héroes.