Es movember un movimiento que persigue concienciar sobre la salud masculina, divulgando la incidencia del cáncer de próstata y de testículo entre otras enfermedades, y organiza eventos en todo el mundo para recaudar dinero para la investigación de esas dolencias.
Y es el bigote, el cual se dejan crecer los hombres durante el penúltimo mes del año, su señal de reivindicación.
Si bien hace unos pocos años se puso de moda, el mostacho fue sólo una moda reducida entre un grupo de modernos, la cual fue haciéndose invisible frente al poder de la barba. Es por eso por lo que fue elegido para llamar la atención por la Fundación Movember.
Cómo no se puede predecir cuántos atletas se lo dejaran este noviembre, o si se lo dejará alguno a favor de esta causa, lo mejor es tirar de hemeroteca y seleccionar a unos cuantos atletas como la copa de un pino a los que el bigote les caracterizó en algún momento de sus vidas.
Steve Prefontaine. Dejó un cadáver joven, con 24 años, que no bonito, al estrellarse con su coche en una curva después de una gran fiesta.
Los datos de su autopsia, claros en cuanto al alcohol en sangre, alejan de lo serio las versiones conspiranoicas de su muerte, las cuales siguen rondando el imaginario de esta gran leyenda del atletismo: que si envenenado, que si un coche misterioso implicado, que si los marcianos del experimento Rosvelt...
Lo tuvo todo para ser un corredor leyenda: Calidad, fuerza, estrategia, entrenador de calidad (Bowerman, el del ‘gofre’ de Nike), records de Estados Unidos entre las distancias entre los 2.000 y los 10.000, fama, presencia, portadas, victorias míticas, derrotas olímpicas, pose, enemigos, chulería, chicas… y un gran bigote en el momento más álgido de su corta carrera.
Ah, por cierto, y también un sinfín de citas curiosas que en la actualidad rulan por internet. Un ejemplo: “El mejor ritmo es un ritmo suicida y hoy es un buen día para morir”. Así era él, siempre con el cuchillo entre los dientes, al límite. Lo hubiera bordado en maratón.
Frank Shorter. Cada vez que acudas a una carrera popular deberías decir su nombre en alto, honrándole.
Y es que es, sin lugar a dudas, el padre de la idea de convertir el correr en algo popular, separándolo de la élite, organizando carreras lúdicas, promoviendo el ‘running’ y la salud.
Una especie de Chema Martínez de los 70, salvando las distancias geográficas y temporales. La cosa es que Shorter, de figura espigada curiosamente contrapuesta a su apellido, ganó el oro en el maratón de los JJOO de Munich del 72 y la plata en los de Montreal del 76.
Un auténtico maratón man, con fantasmas interiores incluidos (abusos sexuales de su padre) a los que venció a la carrera, dejándolos atrás. Como a su bigote setentero.
Fue de los pocos que mojó la oreja a Prefontaine, su gran amigo, en el cross. Y fue Shorter la última persona que le vio con vida. Frank Shorter, el corredor tranquilo, calmado, pensativo, reflexivo.
Rob de Castella. El suyo quizás sea el bigote más icónico de los 42,195 metros. Siempre le acompañó en toda su carrera y en la actualidad lo sigue llevando. Un bigote de gran tamaño, a juego con su planta y corpulencia.
En su Australia natal se vio pronto que el asfalto, más que la pista a pesar de sus buenísimas marcas, le tendría reservado los éxitos que le encumbrarían en súper maratoniano.
Tras dejar el atletismo profesional, habiendo conseguido un récord del mundo de maratón y victorias en grandes pruebas alternándose con los más grandes de la época, dirigió el Instituto Australiano del Deporte y fundó posteriormente SmartStart, una organización para luchar contra la obesidad infantil.
Ramiro Matamoros. Él y su bigote fueron los reyes en las carreras populares de los ochenta en España. Y todavía les dio tiempo a brillar en los noventa.
Por muy poco no llegó a ser profesional, pero a pesar de que tenía que compaginar trabajo y entrenamientos, obtuvo registros más que aceptables, así como victorias de renombre.
San Silvestre Vallecana, Maratón de Madrid o Canillejas están entre las victorias más destacadas de este abulense afincado en Madrid.
Después de sus brillantes domingos, se subía a su camión de reparto de Matutano en su jornada laboral. Un tipo simpático y cercano, muy querido por los corredores madrileños.
Una anécdota: recuerdo estar rodando duramente un día entre semana (es lo que tienen los horarios de periodista) cuando escuché unas voces de ánimo con criterio. Era el mismísimo Ramiro chillándome desde su camión.
No me conocía de nada. Le di las gracias con un “¡Vamos, Ramiro!”. Así era y así es. En la actualidad sigue vinculado al mundo del atletismo, siendo fundador del club San Sebastián de los Reyes- Clínica Menorca desde 2005.