Sabias, madrugadoras, mejores cocineras que esos reputados chefs con una o varias estrellas Michelín, seres humanos entrañables que aman a sus hijos y se desviven por sus nietos, habilidosas gestoras de la economía doméstica para llegar a fin de mes, etc. Así son las abuelas.
Las más caseritas leen el periódico en su butaca, están enganchadas a la telenovela o a los chismes del corazón y les gusta tener la casa bien ordenada… Otras en cambio son un poco más pingo: les encanta ir a tomar el café o unos vinos con las amigas, jugar la partida de cartas, salir de paseo o turrarse al sol en la playa… y otras van un poco más allá como en el caso de Deirdre Larkin, una octogenaria que desde hace unos pocos años corre medias maratones.
Su carrera deportiva arrancó en 2010 y de manera fortuita. Tiempo atrás, en 2001, había sido diagnosticada de osteoporosis, una enfermedad degenerativa de los huesos. La recomendación de los médicos fue que hiciera algo de ejercicio para paliar en la medida de lo posible los efectos de la enfermedad. Larkin probó con el yoga, pero no acabó de convencerle esta ‘disciplina slow’ que cultiva cuerpo y mente debido a los escasos o nulos resultados.
El destino le empujó hacia un deporte mucho más dinámico como el running, sobre todo gracias a uno de sus hijos que fue quien le transmitió su pasión por correr. Así fue como un buen día, a la edad de 78 años, Larkin se calzó unas zapatillas de running.
Sin embargo, el comienzo de esta abuela y pianista jubilada no fue precisamente coser y cantar. Tres pasitos andando y otros tantos trotando…fueron los diminutos pero sólidos cimientos que forjarían con el paso del tiempo a esta campeona mundial en medio maratón de su categoría: 2 horas y 5 minutos.
Si hasta hace unos años sus habilidosas manos habían sido el sustento de su vida, a partir de entonces serían sus menudas piernas las encargadas de proporcionarle una dosis extra de vitalidad que los fármacos no lograron en su día. Así lo acreditan sus más de 500 medallas que cuelgan en las paredes de su casa en Johannesburgo (Sudáfrica), ciudad en la que reside desde hace prácticamente medio siglo.
Apodada cariñosamente como ‘La Gran Dama de Randburg’, el secreto de esta mujer de raíces británicas consiste en correr ocho kilómetros tres veces a la semana, levantarse a las cinco de la mañana y seguir una dieta en la que están excluidos: sal, café y azúcar. Larkin afirma que seguirá corriendo todo el tiempo que pueda, ya que de lo contrario sería como una muerte lenta. A pesar de estar jubilada, imparte clases de piano porque la música sigue siendo la otra parte fundamental de su vida.