Una pechuga de pollo a la plancha… carne mechada, solomillo a las finas hierbas. La fuente de proteínas de procedencia animal en la dieta es casi tan variada como peligrosa si la compramos en los canales de distribución tradicionales. ¿Y a qué se debe el riesgo? Al abuso de antibióticos en las granjas de animales destinados al consumo humano. Todo legal, todo permitido y todo nocivo para la salud.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo puede decir más alto pero no más claro: si se sigue inyectando estas sustancias a los animales de forma masiva, aunque sea para prevenir o erradicar enfermedades en las granjas… crearán una nueva generación de bacterias que serán resistentes a todos los antibióticos conocidos.
En un reciente informe, los científicos de la OMS daban un tirón de orejas a los productores de carne destinada al consumo humano y pedían a los gobiernos que tomaran cartas en el asunto. Su estudio señalaba que en algunos países aproximadamente el 80% del consumo total de antibióticos se destinaba al sector cárnico, acostumbrado a emplear esta medicación para “engordar” rápidamente animales sanos que no lo necesitarían.
Por lo menos, la Unión Europea prohíbe desde 2006 el uso de los antibióticos destinados a acelerar el crecimiento de los animales y que sean más rentables. Sin embargo, sigue empleándose de forma abusiva este tipo de antimicrobianos para tratar patologías comunes.
En ocasiones, incluso, se les inyecta antibióticos diseñados para los humanos, por lo que finalmente quedamos expuestos a esas bacterias resistentes. La OMS pide que se prohíba el uso de estos antibióticos concretos.
¿Cómo evitar la carne con antibióticos en nuestro plato?
Los expertos señalan que no es necesario inflar a los animales con estos medicamentos: una correcta higiene en la granja, espacios amplios sin hacinamiento y prevención de enfermedades mediante vacunas (que no tienen efectos nocivos para la salud humana) serían suficientes para evitar la sobremedicación.
Si el pollo presenta estrías blancas en su carne, por ejemplo, es un indicador de que además ha sido alterado genéticamente para que crezca más rápido. Esas estrías muestran una enfermedad muscular -no perjudicial para el ser humano- que reduce la calidad de sus proteínas y aumenta las grasas.
Según la Agencia Europea del Medicamento (EMA), España está entre los tres países europeos que más antibióticos de uso veterinario destina a las granjas cárnicas. Es decir, tenemos muchas posibilidades de acabar con un chute antimicrobiano entre cuchillo y tenedor sin darnos cuenta.
Se ha extendido la costumbre de “automedicar” a los animales sanos, de forma “preventiva”, con antibióticos de amplio espectro que podrían matar varios tipos de bacterias a la vez. Las mismas que se hacen resistentes y nos acabarán matando a nosotros cuando no tengamos antibiótico al que acudir.
¿Cuál sería la solución? Volver a las granjas de proximidad y al ganadero de toda la vida que huye de la producción intensiva y garantiza un crecimiento natural a sus animales, sin atajos químicos. En ocasiones, comprar directamente al granjero grandes cantidades de carne y congelarla es una solución económica.
Solo las carnes con certificación ecológica -que cumplen estrictas normativas- van a asegurarnos una ausencia real de antibióticos y otras sustancias. Puede que sean carnes más caras. Pero también habría que considerar cuánto vale nuestra salud.