Conoces la fatídica sensación: después de una cena ligera un buen día de trabajo y la sensación de encontrarte francamente bien, te acuestas temprano con la intención de cerrar los ojos durante al menos ocho horas.
Lo consigues, pero te despiertas hecho un trapo con cefalea, dolores cervicales y una sensación muscular equiparable a haber estado escalando el Himalaya. ¿Toca cambiar la almohada? ¿Quizás has dormido en una postura inadecuada? ¿Habrá sido una mala noche por culpa del estrés?
No, la ciencia cree que tu cuerpo te ha engañado durante la noche, y se despierta con la necesidad de ser sincero y hacerte saber que le duele todo.
Resulta que nuestros cuerpos parecen reprimir la sensación de inflamación mientras dormimos, lo que conduce a que el dolor sea mucho peor justo cuando nos despertamos y el malestar muscular, por así decirlo, se enciende a golpe de despertador. ¿Cómo? Lo que lees.
Según un estudio publicado en la revista Federation of American Societies for Experimental Biology nuestros ritmos circadianos – los relojes internos que marcan nuestros cambios físicos, mentales y conductuales en un ciclo aproximado de 24 horas – controlan este péndulo oscilante del dolor, y cuando se alteran te lo hacen saber a base de bien.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores de la Universidad de Manchester examinaron un grupo de roedores para entender cómo se comportaban las células humanas relativas a dolores articulares y musculares durante el día y durante la noche.
Tras varios meses de pruebas y análisis encontraron que aquellos ratones que habían estado expuestos a la luz constante tenían las patas más hinchadas y mayores niveles de inflamación en sangre que aquellos que habían estado equis horas al día sin contacto lumínico.
Al parecer, durante la oscuridad el dolor y la hinchazón disminuyen y con los primeros rayos de luz vuelven a trabajar haciendo que nuestros despertares sean atroces.
“Por la noche, los marcadores inflamatorios bajan gradualmente y se reactivan de nuevo por la mañana por lo que los niveles de dolor serían mayores durante las primeras horas del día”, explicaba en nota de prensa la doctora Julie Gibbs, autora principal del estudio.
Tiene todo el sentido. Los ritmos circadianos vienen marcados principalmente por los cambios de luz u oscuridad que se dan en el ambiente de un organismo (en este caso, tú mismo) y determinadas proteínas involucradas en estos mecanismos internos de regeneración y descanso articular y muscular duermen a la vez que nosotros y, en consecuencia, se despiertan con el pi-pi-pi-pi de tu alarma.
¿Quiere decir esto que nos volvamos nocturnos para evitar esa sensación de estar anquilosados? No, simplemente podría explicar por qué los días que duermes menos horas, te levantas más tarde o remoloneas en la cama “cinco minutitos más”, estás aturdido, falto de energía y, básicamente, con la sensación de que te hubiesen dado una paliza mientras gozabas de la fase rem.
¿La solución? Nada más lejos de lo que has escuchado en más de una ocasión y te sigues pasando por alto. Especialmente si ya padeces algún tipo de dolor articular o muscular, debes mantener un horario regular del sueño. O lo que es lo mismo, tener una hora lo más constante posible para acostarnos y despertarnos, incluso los fines de semana, amigos.
Quizás, ya que sabes que las alteraciones de los ritmos
circadiano afectan directamente a esos molestos y hasta ahora inexplicables
dolores, te lo pienses dos veces antes de engancharte a ver cualquier programa
hasta altas horas de la madrugada o hibernar bajo tu nórdico cuando llegue la
mañana del sábado. Tu espalda y tu salud te agradecerán que abandones el marmotismo y
dejes de sentirte hecho un trapo.