“No hay sitio en el comedor. ¿Y si nos quedamos en la barra?”, es la frase más extendida en bares y restaurantes. La respuesta, en la mayoría de los casos, suele ser afirmativa: “Bah, venga, nos tomamos algo en la barra que tengo un hambre que muerdo”. Unas palabras que hacen que a tu organismo se le pongan los pelos de punta. De hecho, si pudiera te pediría que esperases a la siguiente mesa libre. ¿Por qué?
Comer en la barra, sinónimo de rapidez
¿Cuántas son las personas que al elegir apoyar los codos en la barra degustan el menú del día o se piden una ensalada y un filete? Ya te lo digo yo, pocas. El problema principal de quedarse en la barra es que, inmediatamente, nuestro cerebro la relaciona con la inmediatez y el picar algo. Simple y llanamente porque te quedas de pie. Igual que cuando te tumbas para dormir tu organismo se relaja, cuando te quedas de pie se mantiene en alerta.
Hay dos factores fundamentales (aparte de la comida) que hacen de la barra un peligro para nuestra alimentación: el estrés y la ingesta de aire. “Comer de pie no es ideal para la digestión porque es más difícil relajarse. Además, esto conlleva estrés y tragamos más aire cuando comemos”, asegura la nutricionista Carmen Martín. Por tanto, aunque intentemos pedir platos sanos, nuestra postura nos hará que dichos alimentos nos engorden más y nuestra digestión sea más pesada.
No solo eso. Según demuestra un estudio realizado por Gregory J. Privitera, de la Universidad de Saint Bonaventure (Nueva York), cuando comemos de pie lo hacemos mucho más rápido, lo cual afecta a nuestra sensación de saciedad. Al comer viento en popa a toda tapa, no nos satisfacemos y comemos más de lo que necesitamos.
Tapas, pinchos y ‘fritanga’ en general
Os voy a contar una verdad universal. Las barras de los restaurantes no están pensadas para saborear y degustar la comida. Están para tomarse una cerveza y pasar después al salón/comedor o para comernos un pincho de tortilla antes de nuestra próxima reunión. A la que, por cierto, ya llegas tarde. El riesgo no es solo que comes rápido, sino que pides comida ‘rápida’.
No hablo de ‘fast food’ sino del mítico picoteo. Empanadillas, tortilla, aceitunas, calamares… ¡La fiesta de la freidora! Y seguro que la cocinera lo prepara todo con mucho amor, pero también con mucho aceite. Por ponerte un ejemplo, un pincho de tortilla con pan equivale a 350 Kcal. Y un sándwich mixto (otra de los reyes de la barra) con patatas chips (de las de bolsa, vaya) equivale entre 450 y 500 Kcal.
Pero no solo tu peso te suplicará que poses tu bonito trasero en la silla para comer. Tu médico también te lo pedirá. “Comer de pie hace que nuestro cuerpo derive sangre hacia la musculatura de las piernas, dejando con menos flujo al tracto intestinal. Esto entorpece la llegada de los elementos necesarios para el transporte de nutrientes al resto de los órganos”, afirma Pamela Díaz, nutricionista. Esto puede derivar en indigestión, gastritis, hinchazón… ¿De verdad quieres pasar por todo eso?
Comer sentado es comer con conciencia
O lo que los modernos denominan mindful eating. ¿Recuerdas cuando tu madre apagaba la tele, te colocaba bien la silla, te pedía que te sentaras recto, y te gritaba el mítico “come y calla”? Pues es eso, ni más ni menos. Según la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN), comer es un ritual en el que debemos estar sentados de forma cómoda, sin distracciones como la televisión, la música o las revistas, con los pies apoyados en el suelo (para ayudar al flujo sanguíneo) y saboreando y masticando despacito (que diría Luis Fonsi) cada bocado.
Debemos darle a la hora de la comida (y si son dos mejor) la importancia que se merece. No obstante, de una buena digestión depende buena parte de nuestra salud. Ah, y no me vale lo de que te vas a quedar en la barra pero a comerte una pechuga de pollo a la plancha. Primero, porque no lo vas a hacer, y segundo porque la pobre pechuga se merece que te la comas en condiciones. Si no lo haces por ti, hazlo por ella.