Tus uñas están llenas de bacterias y gérmenes que has ido recopilando a lo largo del día de cada pomo que has abierto, cada barra a la que te has agarrado, el secado improvisado de sudor con la mano después de una carrera o del simple y común gesto de meterlas en tus infectos bolsillos llenos de residuos invisibles, pero presentes. Y sí. No se te ocurre nada mejor que coger y llevarte toda esa suciedad infecta de viaje a tu boca…
El problema es que llevas con esta manía desde hace lustros y no sabes cómo frenar el mordisqueo nervioso de las estructuras convexas de la piel localizadas en las regiones distales de las extremidades de tu mano.
Ni untarte de ajo, ni ponerte guantes de lana ni cortártelas a ras han servido de nada. ¿Te comes las uñas de manera compulsiva y completamente irracional? ¿Sigues utilizando la burda excusa de que “es por los nervios”? Hasta que descubras los problemas de salud que se esconden detrás de tan repugnante costumbre. Déjalo, va.
Infecciones cutáneas: Amigo, tu boca -la mía, la nuestra- está llenas de bacterias de las que puedes infectarte de ellas fácilmente. El problema viene cuando mordemos un trozo grande de uña y dejamos la piel al descubierto totalmente abierta a desarrollar una infección por el contacto directo con cualquier bacteria o patógeno de los que llevas en la lengua y encías. Y tienen nombre.
Los expertos han detectado que morderse las cutículas y las pieles que bordean las uñas es la causa más común de paroniquia. Una infección que puede durar semanas en las cuales notarás un desagradable hinchazón, enrojecimiento, dolor y bultos llenos de pus en tus descuidados dedos.
Resfriados y cólicos a la vuelta de tus zarpas: a lo largo del día, tus manos entran en contacto con todo tipo de desagradables microorganismos y patógenos, suciedad que tienden a quedarse incrustada debajo las uñas y no sale de su escondite ni aunque que te laves las manos.
Si encima optas por llevarte ese negror putrefacto a tu boca, mal vamos. Con cada mordisqueo que das te estás llevando un plato combinado de bacterias que puede desembocar desde un simple resfriado común hasta un virus estomacal grave.
Verrugas faciales: escoge un material contagioso, facial por ejemplo, y pasa tus uñas cerca. Se quedará bien resguardado debajo de ellas hasta que te dé por tocarte la cara y la boca con tus dedos contaminados. Ojo, los especialistas han detectado que podrías acabar con verrugas en la cara y el cuello si te llevas tan a menudo la mano de la cara a la boca.
Herpes en las manos: si tienes herpes labial -y aproximadamente el 40% de los adultos lo tienen- puedes infectar tus dedos con el virus con cada nuevo ‘picoteo uñil’. De primeras puede que te de fiebre, pero lo que seguro notarás es un desagradable hormiguero en la punta de los dedos infectados que te arden los dedos y un incontrolable ardor. Después de una semana o dos, también podría llenarse de pus, sangre y formarse ampollas durante unas dos semanas más. Planazo, ¿verdad?
Problemas dentales: mellado e infectado, deberías saber que el roce de las uñas con el esmalte y raíces de los dientes puede deformarlos e incluso acabar por erosionarlos.
Según un reciente estudio publicado en la revista científica AJODO, morderse las uñas también puede causar fracturas en los dientes que se utilizan para dar el mordisco e incluso puede desembocar en gingivitis, una enfermedad de las encías que provoca inflamación y sangrado de las encías y que no es precisamente indolora.
Uñas encarnadas: cierto, al lado del resto de problemas te puede parece una minucia, pero además de doler, puede desembocar en un problema crónico e incluso en deformidades. Resulta que tus uñas tienen una capa generativa llamada “matriz” que protege tus células. Tus mordiscos pueden dañar esa matriz hasta el punto de que nunca jamás pueda volver a regenerarse. Sigue así y verás que manos más estupendas te quedan de por vida.