Si por algo fue conocida la cocina nórdica de los años 70 y 80 era por su adaptación a las inhóspitas condiciones climáticas. Con inviernos que pueden durar ocho meses y descender a 30 grados bajo cero, la gastronomía rica en azúcares, sal e hidratos de carbono era protagonista en los platos de restaurantes y hogares, más pensados en la supervivencia que en florituras saludables.
¿De dónde viene entonces la llamada “Nueva Dieta Nórdica” (NND, en inglés) que dice competir con la “Dieta Mediterránea”? Muchos artículos hacen referencia a uno de los primeros estudios científicos que respaldaba los beneficios de esta cultura gastronómica para bajar de peso. En realidad se trata de un pequeño experimento de la Universidad de Copenhage publicado en The American Journal of Clinical Nutrition, en 2014. El estudio -con una muestra de solo 181 personas- valoraba dos grupos con sobrepeso, que dividieron entre la dieta nórdica o mediterránea. Sus conclusiones indicaron que el grupo que se alimentaba como los vikingos bajaba más kilos y mejoraba su presión arterial que los participantes que siguieron la dieta mediterránea.
Pero no se trata solo de perder peso. En otro artículo reciente, publicado el mes pasado en el British Journal of Nutrition, se analizaba los beneficios de ambas dietas saludables y se confirmaba su relación con la reducción del riesgo de padecer enfermedades como el cáncer o dolencias del corazón y aumento en la esperanza de vida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de emitir otro informe para recomendar la implantación de políticas nacionales y regionales que fomenten cualquiera de estas dietas y difundan sus características.
Claves de la dieta nórdica
¿Qué tenemos que hacer, entonces, para convertirnos en Ragnar Lodbrok? Al margen de nuestras limitaciones genéticas… si nos hemos estancado con la dieta mediterránea y queremos cambiar de menú para probar suerte con la nórdica existe una serie de recomendaciones nutricionales básicas y se multiplican las guías y recomendaciones fitness para comer como si fuéramos todos rubios.
En realidad, si leemos la letra pequeña, vemos que la dieta vikinga y la mediterránea tienen más puntos en común que diferencias, y estas responden a las peculiaridades de su entorno. Las recomendaciones pasan por consumir frutas y verduras todos los días, frutos del bosque, granos enteros (de avena, cebada o centeno), carne de mejor calidad en menor cantidad -con prioridad a la caza- y consumo de más frutos del mar, aprovechando que el Mar Báltico les provee de salmón a precio asequible.
En cambio, ante la escasez de olivares, la Dieta Nórdica propone la sustitución del aceite de oliva por aceite de colza; sus bosques son ricos en renos y alces que en España no suelen llegar al mercado… y lo mismo sucede con los frutos rojos y bayas silvestres, más interiorizados en los desayunos de nuestros vecinos del norte.
Otra de las líneas que sostiene esta cultura gastronómica saludable tiene que ver también con la salud del medio ambiente. Por eso, la dieta nórdica -igual que la mediterránea-recomienda el consumo de productos de temporada y kilómetro cero , a ser posible procedentes de cultivos respetuosos, orgánicos y libres de pesticidas. En definitiva, nada nuevo bajo el sol.