Desde que acabó la universidad, Reiko Donato siempre había sido deportista, hacía triatlones, salía a correr… sin tomárselo demasiado en serio, pero disfrutando de cada momento. Sin embargo, en 1999, todo cambió cuando nació su hija, Alex. La alegría por su llegada pronto se truncó, rápidamente los médicos se dieron cuenta de que algo no iba bien.
Tras un año de visitas constantes por distintas consultas de especialistas, obtuvieron el duro diagnóstico: Alex tenía un Complejo de Esclerosis Tuberosa (TSC), una enfermedad genética que causa tumores benignos que crecen en el cerebro y en otros órganos vitales como los riñones, el corazón, el hígado, los ojos, los pulmones o la piel.
“Los doctores de Alex me advirtieron que no debía buscar en internet el TSC, pero por supuesto, lo hice. Todo lo que leí pintó una imagen muy grave.Vi que las personas con esta enfermedad no viven más allá de los 35 años y que es una de las principales causas de epilepsia y autismo. También es muy común que las personas con TSC tengan discapacidades intelectuales, y pronto descubrimos que Alex las tenía”, escribe Donato en la publicación Prevention donde cuenta su historia.
“Alex se sometió a una cirugía cerebral cuando tenía 8 años. De hecho, tiene que someterse a resonancias magnéticas anuales para realizar un seguimiento de los tumores en su cerebro, corazón, riñón, hígado y ojos. Si algo comienza a crecer rápidamente, tenemos que actuar rápido, lo que a veces significa más cirugía”, lamenta.
Así, durantes los primeros años de vida de Alex, Reiko se vio obligada a aparcar su interés por los triatlones para centrarse de lleno en cuidar a su hija. “Cuando tienes un hijo que está muy enfermo, es fácil descuidar tus propias necesidades”, afirma. Sin embargo, no dejó de lado las deportivas. Se dio cuenta de que era necesario que siguiera corriendo. “Correr me permitió escapar de la enfermedad por un tiempo y conseguir las endorfinas suficientes para sentir que tenía más control sobre una situación incontrolable”, explica.
Las cosas comenzaron a cambiar en el otoño de 2010, cuando un amigo le habló de los triatlón indoor y decidió probar suerte. Fue la ganadora de un grupo de más de 40 competidoras. El verano siguiente decidió inscribirse a un triatlón al aire libre y volvió a ser la primera en su grupo de edad. “Me enganché”, admite.
Poco después, con 59 años, decidió competir en su primer Ironman. “Un grupo de amigos se inscribieron para hacer la carrera en Chattanooga (Tennessee, EEUU). Quedé cuarta en mi grupo de edad. Desde entonces, he hecho cuatro Ironman y estoy planeando volver a competir en el Ironman en Chattanooga este año”, cuenta.
“Algunas personas pueden cuestionar cómo puedo encontrar el tiempo para entrenar y competir”, apunta Reiko. “No siempre es fácil, gran parte de mi entrenamiento lo hago mientras Alex está en la escuela. Las sesiones largas, como los paseos en bicicleta, los hago los fines de semana, cuando mi esposo está con Alex”, explica. “Él sabe que correr, andar en bicicleta y nadar me han convertido en una madre mejor y más saludable”.
De hecho, Reiko asegura que para ella participar en este tipo de competiciones es una forma de recargarse para seguir luchando contra la enfermedad de su hija. “He conocido a muchos padres de niños con TSC y he visto cómo muchos sufren ataques de pánico o están lidiando con una depresión.Yo también me he sentido muy abrumada a veces, pero las cosas nunca se ven tan mal después de una carrera, y vuelvo a casa sintiéndome prácticamente libre de estrés”. afirma. “Realmente creo que correr es mi droga; es mi antidepresivo. La actividad física importa mucho, pero continuar compitiendo me ha permitido además preservar mi propia identidad. Durante una carrera, no soy una madre con necesidades especiales; Soy Reiko, la atleta”.
Alex tiene ahora 19 años aunque el nivel de la educación que recibe es de niños de 6 años. Pese a ello, asegura Reiko, es una niña que disfruta mucho haciendo deporte, escuchando música, bailando… y por supuesto, viendo competir a su madre. “Alex sabe que corro, nado y voy en bicicleta. Tiene una capacidad expresiva limitada, pero cuando viene a mis carreras, siempre aplaude. No creo que comprenda si gano o pierdo, pero siempre sonríe y cierra los ojos cuando cruzo la meta. Ella siempre está feliz los días que compito, y eso me hace muy feliz a mí también”.