La primera vez que oí esa pregunta expresada en alto fue a Perico Delgado en su labor de comentarista de las pruebas ciclistas de fondo de varias semanas, referida a los corredores participantes en el Tour de Francia, probablemente la prueba de fondo más exigente del planeta.
Y se atrevía a decirlo como corredor retirado, con apariencia más saludable que en sus tiempos de figura. “Bueno, hay algunos no tan feos”, seguía el compañero en la locución; vale, no todos y todas las fondistas, pero los suficientes para que la pregunta haya rondado la cabeza de cualquiera sobre los dedicados a las largas distancias.
Pocos fondistas tienen un cuerpo que levante envidias
La primera respuesta de la que cualquier deportista o entrenador va a tirar es de Perogrullo: los fondistas no tienen apenas grasa corporal ¿no? Pues eso da una apariencia avejentada y las arrugas parecen marcarse más.
Además, los esfuerzos al aire libre no son precisamente amigos de rasgos juveniles. Ni el hecho de que las fotos que se publican sean en competición favorece mucho. Pero si echamos un vistazo a Merlene Ottey o Usain Bolt, tampoco parece que tengan demasiada grasa corporal sobrante, y nadie pensaría al mirarlos que son poco sanos.
Parece que velocistas, saltadores y deportistas de disciplinas como fútbol o esquí, e incluso escalada deportiva, que se lucen en agilidad y fuerza, con un poquito de resistencia pero no excesiva, pueden hacer dinero extra como modelos, pero para sacar en una portada a Dean Karnazes sin que se piense en una crisis humanitaria hace falta un posado y arreglos en pantalla.
Cuando acudo a una carrera más bien larga, cuanto más arriba miro en la clasificación menos posibilidades veo a mis compañeros de seguir el mismo camino o aparecer algún día en una lista de los deportistas más rompedores en ESPN. Pocos fondistas, por encima de los que ponen el tope en la media maratón tienen un cuerpo que levante envidias, la verdad.
Y la cosa no parece mejorar con la edad al compararlo con otros deportistas, si todos se han mantenido en activo con lo que al menos un motivo parece claro: la masa muscular, si no se usa se pierde.
Entrenando resistencia duro, para mejorar en las carreras, hace que desaparezca aún más rápido, por más dieta de cazadores paleolíticos que uno se eche encima. Las palizas entrenando fondo son enemigas de la elasticidad y de la recuperación muscular.
Pero de todas las explicaciones de por qué los corredores de fondo no nos beneficiamos del atractivo de otros deportistas, mi favorita, por encima del estrés oxidativo, viene a decir que es a causa de que la piel se descuelga debido a los miles de movimientos repetitivos.
Es la explicación favorita de cirujanos plásticos y vendedores de potingues. A mí se me ocurre una causa sociológica: los deportes duros y muy duros, como boxeo o el atletismo de competición necesitan una buena cantidad de voluntad y ganas de sufrir, por encima de la genética, y en España sabemos mucho de sacar Evangelistas, Haros y Prietos en años duros. Y eso vale para los mejores corredores populares, que rara vez eran los mejores deportistas y los más guapos de su colegio.
Matthew Inman, el autor de web cómic más seguido, tiene una explicación en su “La verdadera razón por la que corro largas distancias”. Un niño gordo y poco seguro de sí mismo en sus primeros años, correr vino a ser la actividad con la que empezó a sentirse bien en su piel, aunque en lugar de un aspecto saludable viniera a convertirse en un personaje sacado de The Walking Dead con piernas musculadas.
Pero , ¿y qué? Correr no es sobre aparentar, no es sobre cómo te ves. Es sobre cómo te sientes. Y ahora que lo pienso, eso fue lo que contesté yo también a los médicos que me desaconsejaban entrenar para competir en maratón antes de cumplir veinte años, y he podido reducir la intensidad y ni me siento ni me veo (ahora) demasiado mal. Al final, también correr con salud es cuestión de dosis.