Dice la wikipedia que es un "copolímero uretano-urea formado en un 95% por poliuretanos segmentados (Spandex) a base de un éter polibutenico (un polímero amorfo)". Se sintetizó en 1959 y pronto -yo creo que esto lo pasa por alto la enciclopedia para todos- ese tejido se llenó de muslos, abdominales y de culos.
Aquello, de sopetón, sufrió más evoluciones que los Pokemon. Tantas, como maneras había de llevarlo. La tela del corredor brillaba, de repente, se llenaba de colorines y nos mostraba tal cual somos. Como desnuditos.
Ser corredor en los ochenta había supuesto llevar con dignidad una camiseta de tirantes. De algodón. En el setenta por ciento de los casos, blanca. El mercado textil no tenía nada que ver con las pistas de baile ni con las perneras de colores chillones de Electric Bogaloo. Ni siquiera con los pantalones y camisa recia marrón de los policías nacionales. Nada. Blanco y de corte 'macho ibérico à la Frank Shorter'.
Los pantalones de corredor, por encima de todo, suponían un ancla pesadísimo. Era un remanente de las imágenes de Montreal 1976. El corte y la soltura de la poca tela que nos sostenía y abrigaba era un escaso margen.
De enero a diciembre, las piernas al aire y los muslos rozando unos contra otros. Vaselina antes y lagrimones después, al pasar el gel de baño por las escoceduras.
Pero un día las posibilidades se empezaron a acomodar a otro sector del correr. El tejido expandible muslo abajo abrigaba más. Los del pernil ancho podíamos correr durante minutos sin que nos escociesen esas áreas tan delicadas. Despreocuparte en un maratón de todo lo que sucedía ‘ahí abajo’ era el colmo de la comodidad. Felices ochenta.
Y, cómo no, aquello empezó a servir para el frío. No abrigaba mucho pero estilizaba diez veces más. Decían. La malla larga sustituyó al pantalón de chándal ancho. Indudablemente aquello nos acercaba más a tener unas piernas de atleta. La lycra (que es un mero nombre comercial del eslastano, el polímero) en negro para todo el invierno. Los corredores convertidos en ninjas lo mismo subían y bajaban montañas, que escaleras de garajes de urbanizaciones.
En los noventa se recortó lo que sobraba por abajo. Las mallas adquirieron esa veraniega apariencia de ‘piratas’. Solamente faltaba por completar la compresión elástica en el tronco y en los brazos. En realidad faltaba una cosa más. Que alguien rompiese con la etiqueta.
La etiqueta. No la de recortar sino la del decoro.
Seguimos mirando con desconfianza a aquellos pioneros. Quienes asimilaron las mallas pirata como idóneas en el campo y en la ciudad. Algunos fueron más lejos. Los que adoptaron las mallas cortas en las piscinas de las urbanizaciones. Siempre ha habido ese reducto de innovación cerril en el mundo runner. Qué le vamos a hacer.
Correr durante kilómetros nos endurece en nuestras convicciones. Lycra para ir cómodo. Lycra para mostrar cuádriceps. Spandex como primera capa de unas bermudas cortas de trail. Algo hay en pasear por la ciudad con el culito prieto.
Apenas recordar un aviso desde este viejo observador:
Runner, la lycra que estiliza las formas de los gemelos y sóleos en tus entrenamientos no es una prenda idónea para salir a comprar el periódico. Los ciclistas van en grupo y pueden sentarse un rato a desayunar en la terraza de tu pueblo. Pero luego huirán a 30 por hora de las potenciales pedradas.
De nada.