Sí, es una paradoja. Si correr quema calorías, y a más calorías quemadas menos grasas de reserva de esas almacenadas debajo de la piel, ¿cómo puede ser que después de un año corriendo no hayas perdido ni un gramo?
Que sí, que cuando haces deporte empiezas a pesar más, que el músculo pesa más que la grasa, y tal. Pero el vaquero no engaña: este año tampoco logras volver a usar ese que hace ocho años que duerme en el fondo del armario.
Seguramente no tienes el objetivo de marcar los abdominales en la playa; pero esa barriga que no te diferencia mucho de tus compañeros que van del curro al bar tampoco es justa (vale, estás más saludable, tienes mejor color y más tono muscular, pero esas “agarraderas de amor” no son lo que esperabas tener a estas alturas, después de haber recorrido casi la distancia a la luna a zapatilla).
Ir al cien por cien es imposible en tramos largos, incluso perseguido por un oso ladera arriba
Fascina, por ejemplo, el caso de Manuel y Sonia, una pareja de maratonianos de más de cincuenta que acuden a un grupo de natación de 9 a 10, dos veces por semana, después de correr.
Van como complemento y para preparar el paso al triatlón; entrenan sólo rodajes muy largos. Ni él ni ella se explicaban que, con marcas de tres horas en maratón y ahora nadando, cada vez parece que los bañadores y pantalones encogen más, lo que, en su honor, les preocupa muy poco en lo estético, pero más por lesiones y salud.
Correr consume menos calorías de lo que pensamos.
Hay una ley que sólo deja de cumplirse pocas veces y por poco tiempo: un entrenamiento es o largo o intenso. O uno corre todo lo fuerte que puede, y hace entrenamientos cortos, implicando fuerza muscular, o rueda kilómetros.
Ir al cien por cien es imposible en tramos largos, incluso perseguido por un oso ladera arriba; y si se consigue es que ese ritmo no era el cien por cien (y si aun así se ha logrado escapar del oso es el momento de plantearse seriamente competir el ‘kilómetros verticales’).
Más o menos, independientemente del ritmo, un corredor va a gastar 100 kilocalorías por milla (1609 metros; es la unidad empleada en la mayoría de estudios). El gasto será mayor con sobrepeso o falta de forma física, lo que supone menos eficiencia, pero se incrementa muy poco por el ritmo.
Tiene su lógica: si uno emplea cuatro horas en las 26,2 millas (42 kilómetros 195 metros) de una maratón, habrá estado en movimiento el doble de tiempo que el que ha llegado en 2 horas y 20 minutos.
Nadie dispone de tres horas diarias para entrenar y el resto del día para descansar
Esa cantidad extra de comida, sobre todo cereales y exquisitos dulces, que uno se encuentra con ganas de devorar cuando se mete tres vueltas al anillo ciclista o corre como un hámster por el parque más cercano hasta igualar en kilometraje a un taxista, no tardan mucho en compensar lo gastado: una bolsa de patatas fritas de 200 gramos equivale a lo gastado en 16 kilómetros.
El ejercicio intenso, sin embargo inhibe el apetito. Por ejemplo, durante una carrera o el día de la competición. Incluso sin la adrenalina de una prueba, subir y bajar corriendo de las Torres de la Pedriza no va a hacer que apetezca mucho comer ni durante ni después.
Esa intensidad en un recorrido medio-largo es imposible de mantener a diario, o uno tardaría menos en quemarse -sobreentrenarse- que un entrenador de fútbol de primera división, y además nadie dispone de tres horas diarias para entrenar y el resto del día para descansar, es mejor idea un entrenamiento corto y fuerte que además aumenta el metabolismo basal, es decir: gastas más en las horas posteriores aunque calientes la silla trabajando o con un atracón de series en Netflix.
Corriendo menos es más difícil sobreentrenar que sumando kilometradas: las agujetas después de una buena sesión de cuestas se encargan de avisar de que ese día es mejor descansar.
Con la bulimia kilométrica y sumando millas, los niveles de cortisol no tardarán en dispararse, con la consecuente destrucción de masa muscular y almacenamiento de grasa.
Claro, que esto del stress también puede incrementarse si en lugar de la única medida efectiva de control del peso a largo plazo, comer bien, uno se apunta a una de las dietas restrictivas de moda y entrena como se supone que se hacía en la sabana africana, cien mil años atrás.
Y eso que no había redes sociales a las que subir las fotos con el después de la carrera o el tipito después de un año de entrenamiento. Puede que olvidarse de las fotos y las actualizaciones de uno mismo en Facebook e Instagram sea otro paso para adelgazar.