Hay quien se ha empeñado en convertir los problemas en mantras. “Si te caes siete veces, levántate ocho”, “Kilómetro a kilómetro, paso a paso”... las hay a montones. Pero si hay una que ha hecho daño es la que lleva a todo el mundo al límite: “Sin dolor no hay ganancia” o, parafraseando a los Scorpions, “No Pain, No Gain”. Sin embargo, cuando tienes que echar el freno tras media hora sufriendo un dolor en la cara exterior de la rodilla que cada vez va a más, la frasecita de marras ya no te hace tanta gracia.
Los médicos tienen un nombre que claramente explica la situación: padeces un Síndrome de Fricción de la Cintilla Iliotibial. Pero como somos de simplificar, vamos a llamar a este padecimiento “Rodilla del Corredor”.
Si bien suena parecido, está más cerca del “codo de tenista” que del pie de atleta: como la epicondilitis, se trata de una irritación de la región lateral de la una articulación (en este caso, la rodilla), provocada por una fricción constante entre el tendón y la cabeza del fémur. En resumidas cuentas, la repetición del movimiento acaba provocando que el tendón se irrite y que las molestias te pongan contra las cuerdas.
Hagamos un alto en el camino. Si eres hipocondríaco, deja de leer en estos momentos. El Síndrome de la Rodilla del Corredor es una lesión que ha ido a más con el boom del running: la gente se incorpora con la intención de hacer una gran carrera de fondo prácticamente desde cero, y eso es un factor de riesgo.
Si a eso le sumas la acumulación de kilómetros (por lo general a ritmos lentos), la falta de técnica de carrera y la tendencia a pronar en distancias largas, tienes un cóctel de contras que harán que tu rodilla diga basta.
Pero si tienes buena técnica, vas como un rayo y pisas mejor que los keniatas tampoco te salvas de sufrirla: como decimos, es una enfermedad provocada por una fricción constante y, aunque entrenes de la manera más limpia, tarde o temprano te tocará sufrirla. Y si piensas que bajar el ritmo es una solución a largo plazo, revisa el párrafo anterior.
La Rodilla del Corredor es un síndrome complicado, dado que te impide llevar un ritmo de entrenamiento normal: suele llegar cuando estás en el punto alto de alguna preparación o en un ciclo de entrenamientos importante.
Además, la naturaleza del problema hace que no puedas reemplazar las tiradas con bicicleta estática o natación: al emplear los mismos músculos en mayor o menor medida, no ayuda a palear el problema sino que puede hasta empeorarlo.
Luchar contra el Síndrome de la Cintilla Iliotibial es fácil... o lo parece. Si algo duele es que no estamos haciéndolo bien, por lo que conviene parar y analizar los fallos: seguramente el calzado no es el adecuado o necesitas complementarlo con unas buenas plantillas. Probablemente no tengas la mejor técnica de carrera o necesites trabajar algunas zonas en el gimnasio a fin de potenciarlas. Tal vez, la causa esté en un batiburrillo de factores que te obliguen a pasar por el fisioterapeuta...
Habrá quien te diga que la solución está en encomendarte a las manos del ‘Señor Antiinflamatorio’. Los medicamentos nos ayudan a tratar enfermedades, siempre y cuando sean un complemento a una acción que la palie: igual que un resfriado no se combate tomando anticatarrales para salir después a empaparse en un frío día de lluvia, una lesión muscular no se cura tomando una pastilla para desentumecer un músculo mientras le metemos caña.
La verdadera respuesta está en una combinación de todas: echa el freno unos días y aplica hielo para rebajar la inflamación y el dolor. Visita a un profesional competente para palear los efectos y encontrar las causas. Un buen estudio de tu pisada servirá para identificar las claves desde las cuales trabajaremos para reducir los síntomas.
Una recuperación activa, combinada con tratamientos medicinales, ayudarán al tendón a fortalecerse, a “hacer callo”. Y una vez recuperado, lo más importante: vuelve poco a poco, sin forzar al músculo y combinando el impacto en superficies duras con algunas un poco más blandas.