¿Alguna vez te has subido a una cinta de correr en el gimnasio y has pensado que era una auténtica tortura? Minutos interminables sobre una máquina que no te lleva a ninguna parte y sin otras vistas que una aburrida pared, una ventana a la calle y una pantalla que te recuerda, a cada segundo, los metros recorridos y las calorías consumidas. Pues no estabas tan equivocado. La cinta de correr nació en las prisiones británicas como una máquina de tortura a principios del siglo XIX.
El origen de este tipo de aparatos data de la época de los romanos pero su uso no se generalizó hasta principios del siglo XIX en granjas y molinos y se utilizaba para batir mantequilla, moler trigo, bombear agua o amasar.
El mecanismo era bastante sencillo: una rueda giratoria que se movía sobre un eje gracias a la fuerza animal o humana, puesto que aún no se había descubierto el uso de los combustibles fósiles como fuente de energía.
Pero, ¿cómo acabaron este tipo de máquinas en un centenar de cárceles del Reino Unido? En 1818, el ingeniero civil inglés Sir William Cubitt, hijo de un molinero y muy familiarizado con este tipo de maquinaria, ideó un aparato pensado para castigar a los convictos más díscolos, vagos y rebeldes de las cárceles inglesas.
En aquel momento nadie se habría podido imaginar que ése sería el origen de la actual cinta de correr, tan popular hoy en día para hacer ejercicio y quemar calorías. Un aparato presente en cualquier gimnasio y en miles de hogares de todo el mundo.
El aparato diseñado por Cubitt se asemejaba a una enorme escalera. Los prisioneros eran forzados a subir los peldaños durante seis horas seguidas o más para bombear agua, moler grano o, simplemente, como castigo.
Se calcula que, a lo largo de esas interminables horas podían dar unos 6.600 pasos, el equivalente a subir 17.000 peldaños. Y el peor castigo no era en sí el ejercicio físico, sino la monotonía del mismo. ¿Acaso no os sucede a vosotros lo mismo cuando os subís a una cinta de correr?
A tenor de las imágenes salta a la vista que hace dos siglos estos aparatos no eran tan atractivos y sofisticados, ni mucho menos, como los de hoy en día. De hecho, en el siglo XIX, los prisioneros estaban suspendidos sobre la rueda y si dejaban de caminar caían debajo de ella y morían aplastados.
A pesar de su popularidad y el enorme éxito que cosechó -en 1840 se calcula que 100 cárceles de Reino Unido y Estados Unidos usaban este sistema-, no fueron prohibidas hasta 1989 por ser excesivamente crueles.
La máquina volvió a reaparecer en la década de los 20 y de los 30 con una apariencia muy diferente. No obstante, seguían siendo aparatos muy rudimentarios de manera que más bien servían para andar.
Aún no constaban de motor, lo que hacía necesario un gran esfuerzo para ponerla en movimiento. Además, eran demasiado caras y solo podían permitírselas las clases más acomodadas.
El gran cambio se produjo en el año 1952, entre las paredes de la Universidad de Washington cuando el reconocido cardiólogo Robert A. Bruce y su colega Wayne Quinton inventaron una cinta de correr con una finalidad médica: poder diagnosticar problemas en el corazón y en los pulmones.
En aquel entonces no había manera de monitorizar el corazón durante el ejercicio físico y el doctor Bruce tuvo la idea de coger a varios pacientes, conectarles a un electrocardiograma y ponerles a correr sobre una cinta, tal y como se hace hoy en día en las pruebas de esfuerzo. El salto de los hospitales a los gimnasios y hogares de todo el mundo fue ya solamente cuestión de tiempo.
De hecho, en 1968, el ingeniero mecánico y pionero en el mundo del fitness, Wiliam Staub (fallecido en 2012 a los 96 años) diseñó e inventó la primera cinta para correr en casa tras leer un libro del doctor Kenneth H. Cooper sobre los beneficios el ejercicio físico.
Un libro que hacía hincapié en los beneficios de correr de manera regular y que ponía de manifiesto cómo la gente que corría ocho minutos al día, cinco días a la semana, estaba en mejor forma física que quien llevaba una vida sedentaria. La cinta se llamó PaceMaster 600.
Bill Staub también se dio cuenta de que no había cintas de correr para uso comercial y las que existían eran demasiado caras. Así que decidió enviar un prototipo al doctor Cooper quien pensó que su invento era una gran idea y le ayudó a fundar su propia compañía, Aerobics, Inc.
Su producto pronto revolucionaría la industria del fitness y sentó las bases para las futuras mejoras de un aparato que ya forma parte de la vida de millones de ciudadanos que apuestan por una vida saludable.