En 1982 apenas unos miles de corredores seguíamos fielmente la prensa en España en busca de los resultados de las primigenias maratones de San Sebastián, Valencia o Madrid. Los crosses copaban buena parte de la poca información de atletismo y apenas existía una seminal Jogging en algunos kioscos de aquí. Entre tanto, desde 1980 a 1982 se estaba viviendo una explosión absoluta de las grandes ligas del maratón. Londres, Chicago, Boston y sobre todo Nueva York explotaban con miles de participantes.
Y Alberto Salazar, nacido en La Habana en Agosto de 1958, se imponía en Nueva York en tres ocasiones consecutivas (1980-81-82) y en Boston (1982). Estar en la cresta de la ola en aquellos momentos le supuso pasar de ‘golden boy’ del atletismo escolar a celebridad suprema. La federación internacional de atletismo abría en aquellos días el profesionalismo al mundo del correr y el dinero afloraba. Y Salazar amasó dinero.
Pero ese inconmensurable triplete le costó a Salazar el físico.
Alberto había crecido deportivamente en la universidad de Oregon. Ahí se fraguó una relación fundamental. Oregon es la sede de Nike. A Nike volveremos más tarde. Adicionalmente, Eugene es una ciudad que vive el atletismo en pista hasta niveles epopéyicos. Y Salazar llevó el atletismo universitario a niveles de locura similares al baloncesto o fútbol americano, llenando el Hayward Field Stadium con sus apariciones.
Fue campeón de la NCAA en 10.000 metros y batió al keniano Henry Rono, que había emigrado en 1976 a la universidad de Washington. Este contra oeste. Un escenario de duelos que cimenta leyendas.
Tras el fiasco norteamericano por la ausencia de los países occidentales a los Juegos de Moscú 1980, Salazar debutó en maratón. Debutó con 2:09, mejor tiempo de siempre para un novato. Repitió un año después, ya convertido en leyenda y se lanzó en 1982 a un doblete mortal.
Ganó en Boston venciendo en un día tórrido de Abril a Dick Beardsley y sufriendo físicamente tras no haber ingerido apenas líquido en los cuarenta y dos kilómetros. Las consecuencias de ese famoso ‘Duelo al Sol’, llevado a la literatura en 2006, significarían el declive al año siguiente. Aun así venció en Nueva York ese mismo año.
Su estado físico no sería el mismo. Aunque retornó posteriormente a la competición, y de manera breve, la obsesión por el entrenamiento le presionó de tal modo que tuvo que tirar del demoledor Prozac para superar la depresión. Se veía fuera de la élite y frecuentemente lesionado o enfermo. Salazar no podía desengancharse de su pasión por entrenar. Y continuó vinculado al atletismo como entrenador.
Aquí es donde Oregón se volvería a cruzar en su camino. Tras admitir como discípulos a fondistas de prestigio como Mary Decker (cuestionada posteriormente por casos de positivo en dopaje), forma parte del programa Nike Oregon Project.
Alberto Salazar se convierte en la cabecera de una forma de “programa de Estado” norteamericano. Agrupa un ramillete de los mejores corredores de medio fondo y fondo del mundo. Estar bajo el paraguas de la multinacional de Eugene les da acceso al mejor entorno profesional del atletismo. Los Mo Farah, Galen Rupp,o Kara Goucher tenían, complementariamente, todas las innovaciones de un mundo de deporte con miles de cámaras enfocando y la atracción mundial permanente.
El chico de la Habana no entiende de medias tintas. Si exprimió su cuerpo mediante los kilometrajes extremos, superando los doscientos kilómetros semanales o haciendo probaturas con la hidratación en carrera, Salazar exige ahora lo máximo de sus purasangres.
Bajo el escrutinio de acusaciones de prácticas ilícitas con las sustancias recuperadoras, defiende la exigencia del mundo competitivo. Un espíritu cien por cien perfeccionista y el entrenamiento más intensivo.
La intensidad, probablemente, que le llevó a desplomarse totalmente exhausto después de más de una llegada a meta. En una de esas ocasiones, la Falmouth Road Race, llegaron a creerle muerto y, sin duda de un modo prematuro, le leyeron los últimos responsos tras caer en la línea de meta. Salazar (que aún vive, como habrán podido comprobar) es un tipo de extremos. Lean su historial deportivo o su libro 14 Minutes: A Running Legend's Life and Death and Life. Pero léanlo con cabeza. Ya saben: “chicos, no hagáis esto en vuestras casas”.