Otra vez te ha pasado. Sin saber muy bien cómo de pronto te encuentras delante de la nevera picoteando algo de embutido, un trozo de queso o hurgando entre los restos de la ensalada de pasta que te comiste a mediodía.
No, no has inventado el teletransporte ni sufres lapsus de memoria espacio temporales que te llevan hasta el frigorífico. Lo que tienes es hambre y te cuesta mucho evitar el picoteo entre horas que está haciendo estragos en tu barriga.
El caso es que comer has comido, y una buena ración. ¿Cómo puedes evitar esa sensación de apetito y sentirte saciado de una vez por todas?
Lo primero es identificar las posibles causas y aprender a ponerles remedio. Si después de leer esto sigues comiendo entre horas compulsivamente, es que no has luchado para acabar con alguno de estos los ocho pequeños errores que cometes a diario.
1. Estás deshidratado. La falta de líquidos se traduce en muchas ocasiones en inoportunos dolores de cabeza que, admítelo, muchas veces tratas de solventar comiendo algo porque “igual lo que me pasa es que tengo hambre”. Te equivocas, pero es normal.
Nuestro cerebro interpreta igual la sensación de hambre que la de sed y esto nos puede llevar a confundir las ganas de comer con las de beber. Prueba a tomarte un vaso de agua y esperar 20 minutos. Es bastante probable que las ganas de comer se hayan diluido por completo.
2. Te pasas con los carbohidratos. Especialmente si los que consumes son procesados –con los integrales no nos vamos a meter–, al comerlos elevan los niveles de azúcar en sangre.
Además, se digieren mucho más rápido que otros alimentos y en cuestión de media hora tienes un hambre atroz. De ahí que abusar de ellos se traduzca en que tengas más antojos a lo largo de la jornada.
3. Te faltan proteínas… Los alimentos como el yogur griego, los huevos o el pollo te mantendrán lleno durante más horas calmando esa sensación de hambre permanente. En serio, ¿los comes a diario?
4. Y algo grasas. Evidentemente hablamos de las no saturadas, también conocidas como ‘las grasas buenas’. Se encuentra en productos como los frutos secos o el, siempre mencionado en cuestiones relacionadas con la vida saludable, aguacate.
Si los incluyes en tus desayunos y almuerzos notarás como sacias tu apetito a lo largo del día sin sentir la necesidad de picotear.
5. Te has saltado alguna comida. “Bueno, es que todo el mundo dice que lo que menos engorda es lo que uno no se come”, pensarás. ¡Mec! Deberías procurar no dejar pasar más de 4 o 5 horas entre comida y comida y llevarte algo a la boca al menos una hora después de levantarte de la cama.
Esta y no otra es la única forma de mantener tu metabolismo activo, tu cerebro funcionando correctamente y tus ganas insaciables de comer bien alejadas.
6. Duermes mal. Al margen de que al día siguiente estés hecho polvo y creas que la mejor idea para compensar las horas de vueltas en la cama comiendo como un animal, lo cierto es que una mala noche de sueño aumenta los niveles de grelina en nuestro organismo.
La conocida como ‘hormona del apetito’ es la que te juega la mala pasada de querer comerte tu propio puño con tal de llevarte algo a la boca.
7. Comes demasiado rápido. Tu madre no te lo decía por decir. Además de evitar que des asco mientras comes porque más bien parece que estás engullendo, masticar adecuadamente triturando cada uno de los alimentos da tiempo a tu cerebro a asumir que estás comiendo, y no te vendrá dentro de media hora con que ‘se ha quedado con hambre’.
8. Estás pelín estresado. Si has tenido un mal día lleno de estreses o estás pasando una racha un poco agobiante, cuando acabe la jornada ponte algo de música relajante, date un baño o vete a yoga.
Pero no corras a la nevera. Keep calm y deja de picotear entre horas para acabar con la grasa del vientre y, sobre todo, con esa sensación de culpa que te atormenta con cada nuevo manjar que te llevas a la boca entre horas.