A punto de empezar las fiestas navideñas, pensar en eliminar de tus banquetes un pedazo de turrón, unos polvorones o el quién sabe si premiado trozo de roscón de reyes, da como repelús.
Pero lo cierto es que el consumo de azúcar es mucho más dañino para tu organismo de lo que puedas creer, y para demostrarlo una reciente investigación ha analizado cómo respondería tu cuerpo si estás diez días sin tomarlo.
Nada de adelgazar. El equipo de científicos de la Universidad de California tenía muy claro que no quería demostrar que eliminarla de nuestra dieta ayuda a perder peso sino el impacto real del azúcar sobre nuestro organismo.
Así que, para compensar su ausencia, la sustituyeron por hidratos de carbono complejos, y los resultados son impresionantes.
Poco más de una semana sin tomar azúcar se traduce en una disminución de los niveles de triglicéridos, el colesterol malo o LDL y una importante mejora de la presión arterial.
Así lo asegura el doctor Robert Lusting, autor principal del estudio, y su equipo, quienes tomaron como muestra a un grupo de 43 niños para observar cómo afectaba la ausencia de sacarosa en su salud.
Además, en los apenas diez días que estuvieron sin tomar azúcar, todos los participantes redujeron drásticamente el riesgo de padecer diabetes gracias a que sus niveles de azúcar en sangre y de insulina se normalizaron.
Pese a que el seguimiento se hizo en niños, Lusting y el resto de científicos aseguran que no hay razón para creer que estos beneficios no vayan darse también en adultos.
Se convierte en grasa y nos desborda
Muchas personas creen que el problema de consumir demasiado azúcar es que podemos engordar por la cantidad de calorías que nos aporta, pero no sólo eso. La sacarosa que consumimos habitualmente está compuesta a partes iguales por glucosa y fructosa, y, según aseguraron los investigadores, es precisamente esta segunda la responsable de que el azúcar pueda resultar dañino.
La fuente de energía preferida de nuestro cuerpo es la glucosa, así que la gastamos fácilmente y el extra que pueda sobrar se almacena en los músculos o el hígado en forma de glucógeno.
Por desgracia, esto no ocurre con la fructosa que sólo se metaboliza en el hígado y cuando éste no da a basto la convierte en grasa. Cuando el hígado acumula demasiada grasa se empieza a deteriorar y para liberarse la expulsa al torrente sanguíneo, lo que aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares.
Aunque la OMS recomienda que en una dieta de 2.000 calorías se consuma un máximo de 50 gramos de azúcar (unas 12 cucharillas), la media en Europa occidental ronda los 100 gramos diarios por persona, y nuestros hígados no pueden con tanto.
Nos incita a comer más
Los investigadores destacaron otra peculiaridad de la fructosa: a diferencia de otras fuentes de calorías, al consumirla no se reducen los niveles de la hormona del hambre, también conocida como grelina, en nuestro organismo.
Exacto: tras un atracón de azúcar no nos sentimos llenos y, de hecho, queremos comer más, lo que podría explicar tus insaciables atracones de chocolate.
Por si fuera poco, la fructosa se dirige a una zona concreta del cerebro, y tampoco es el mejor destino que podría tomar un alimento. El núcleo accumbens, que es el centro de recompensa, donde afecta haciendo que nos sintamos tan recompensados o satisfechos que nos ponemos eufóricos y aumenta nuestro deseo -más bien ansia- de comer más.
Desde luego, merece la pena frenar tan sólo 10 días para ver los resultados y convencernos, de una vez por todas, de la importancia de frenar el consumo masivo de azúcar. ¿Crees que no tomas tanto? Piensa que una lata de coca cola contiene aproximadamente 39 gramos de azúcar, más de la mitad del consumo diario recomendado.