El calendario se aprieta en esta época del año: no hay día en pleno mes de diciembre donde algún organizador pueda colar aunque sea una pequeña prueba de cinco kilómetros porque es que no hay espacio físico para albergar a tanta prueba a la vez.
Ni la montaña se libra de esta eclosión invernal que no acaba hasta el 31 de diciembre (aunque de eso hablaremos durante todo el mes en Correr y Fitness).
Como digo, durante este mes una ardilla podría cruzar la península saltando de arco de meta en arco de meta. Quizá es la proliferación de pruebas durante esta época lo que produce un fenómeno que va a más conforme nos acercamos al final del año.
Y es que según arrancamos hojas del calendario empezamos a encontrarnos, en la línea de salida, a personajes de todo tipo.
Cuando digo personajes no lo hago de manera despectiva, señalando al típico “flipao” que sale a todo trapo o llega enchufado de gadgets hasta arriba: hablo de renos, duendes, reyes magos y toda esa fauna variopinta que le daría material a Félix Rodríguez de la Fuente para varias temporadas.
No sé qué tiene el invierno, pero es en esta época donde prolifera el “disfrazado”. No es ninguna novedad: siempre han estado ahí, sumando kilómetros desde el más absoluto anonimato pero en el recuerdo de todo atleta que se los haya cruzado.
Las cañas de después siempre tienen el comentario sobre ese tipo que iba vestido de Papá Noel o como iban juntos los tres Reyes Magos dándose relevos para entrar en meta de la mano.
Incluso hay pruebas que toman como leitmotiv este concepto: no son pocas las que toman a Santa Claus como referencia para salir a sumar kilómetros.
¿Se puede analizar porqué alguien se disfraza para correr una carrera? Habrá quien le eche la culpa al frio: es cierto que ahora la mayoría de gente no está para mangas cortas y prefiere arroparse ante la tempestad.
Otros tirarán de vergüenza (o de falta de la misma) y querrán buscar una identidad diferente para salir a competir. Sin embargo, creo que la gran mayoría se viste de gala para disfrutar: puede que muchos no corran otra prueba durante todo el año y que ya que lo hacen, que sea pasándolo bien.
El ambiente festivo ayuda siempre, y el resultado nunca acaba pasando desapercibido. Igual, tienes uno de estos en tu grupo de amigos: quédate tranquilo, que aunque corras en una carrera en la que se han inscrito 20000 personas serás incapaz de perder al tipo disfrazado de árbol de Navidad.
Habrá quien piense -sobre todo entre los personajes de los que hablaba antes- que ir disfrazado a una carrera es de gente que no aprieta, de los que van de paseo.
Es más, puede que haya hasta quien se haya picado diciendo “no me va a ganar un tipo que va disfrazado de paje a mí ni de coña”. Alguna vez lo pensé, pero fue una vez más el asfalto quien me quitó las razones.
En Berlín entré a meta con un tipo que se pasó toda la carrera corriendo a 4:30 con un disfraz de bote de complejo vitamínico. No se cuánto pesaría, pero no podía acompañar bien el paso con los brazos y tiene que haber acabado hecho polvo.
Y quien haya corrido Barcelona este año recordará al tipo del “mankini”, que le pintó la cara a más de uno con el atuendo playero de Borat.
¿Tiene algo de malo disfrazarse? Porque iba a tenerlo: quien se disfraza para ir a una carrera, como ya he dicho, lo hace para pasárselo bien. Al fin y al cabo, todos queremos disfrutar del asfalto a nuestra manera. Convivamos en paz y afrontemos los últimos kilómetros del año como más nos guste.