El Foro de Davos, también llamado Foro Económico Mundial, es una reunión del más alto nivel, sin ánimo de lucro durante -al menos- las primeras horas. Las sinergias que se crean juntando a líderes empresariales, los más orondos políticos y los influyentes pensadores de la economía son de todos conocidas. Tal es su importancia que todo cristo viviente va a manifestar su posición en enero a ese pueblote encajonado por amables laderas de dos mil metros, nieve y más nieve, y centros de esquí de lujo. Así es desde 1971.
En 1985, cuando ya se habían dado la mano De Klerk y Nelson Mandela, ya se había ventilado la guerra árabe-israelí y los tratados de Breton Woods eran historia pasada, un equipo de aficionados a la carrera, suizos ellos, decidieron fundar una de las primeras grandes trotadas de eso hoy llamado ‘trail running’.
Un insano grupo apostó por rodear el macizo del Piz Kesch y el Hoch Ducan, diseñando una ruta pedestre de 78 kilómetros. Eran años de auténtica denominación de origen, los años del asaltador supersónico de las cumbres, el italiano Bruno Brunod y de los chubasqueros azules de Karhu.
La expansión definitiva del correr por el monte me pilló en Amsterdam. En 2000 hablábamos de la carrera con respeto pero con una fehaciente posibilidad de correrla. Se habían establecido distancias de 30 y 42 kilómetros. Mi compañero Jack había asistido un par de veces a la brutalidad de los Alpes del Graubunden y formalicé mi inscripción.
Trenes cremallera. Precisión suiza. Organización milimétrica. No son conceptos abstractos ni mitos del olimpo turístico. Nadie puede imaginar qué se siente al recibir, con el dorsal, un billete de tren incluído desde tu aeropuerto de entrada a Suiza o desde la de tren de frontera. La política es que entren seis mil corredores a Davos. Cero coches.
Desde el viernes se están disputando carreras. La pista de atletismo de Davos acoge llegadas sin parar. Todas las distancias atraen miles de corredores. Que luego se quedan por la zona de excursionismo. A las salidas sucesivas eres transportado en tren alpino. Un lujo.
Davos se despoja de toda opulencia y es una gran feria del corredor. Se despide una oleada que subirá hacia los 2.630m del Keschhütte o los 2.700m del Scalettapass. Y se prepara otra. En el interludio los cencerros suenan movidos por el público de las aldeas privilegiadas de la zona. Y se prepara otra más que tendrá que zigzaguear por el Panoramatrail o discurrir por el metro de ancho de la pasarela ferroviaria de Wiesen.
No es difícil conseguir un dorsal en la vorágine de carreras del verano. Es más complejo encontrar rápidamente alojamiento por las características mencionadas.
En aquella edición del comienzo de siglo XXI todo consistió en empalmar un vuelo de los del logo naranja y las letras gordas con la eficiencia de los horarios de trenes suizos. Ginebra-Zurich-Interlaken-Davos fue mi itinerario, lo que convirtió el día de ida en un excelente y barato interrail suizo (os recuerdo que el billete de 2ª clase incluido en el precio del dorsal cubría todo aquello). Sin duda todo ello más gratificante y más accesible que intentar que te dejen entrar donde los mandamases del planeta.
Aunque todos sabemos que, entre tanto corredor, viven camuflados jerifaltes y personajes de muchísimos kilates y mando. Será cuestión de pillarlos sudados y desprevenidos para cantarles cuatro verdades. En la swissalpine de Davos, recuerda, cada mes de julio, nadie pregunta cuándo conseguiste tu primer millón.