A un buen runner, nada le detiene. Ni la lluvia torrencial, ni el frío polar, ni el calor más asfixiante son suficientes para disuadirle de su pasión por correr. Pero, sin duda, el que más incordio le provoca es el fuerte y molesto viento. Aquel que no te deja avanzar o te empuja hacia un lado cuando viene de cara o el que te lanza con fuerza como si fueras un trozo de papel cuando sopla a tu favor.
Y sin embargo, nos empeñamos en seguir corriendo. Contra viento y marea. Nunca mejor dicho. De hecho, nos sentimos auténticos superhéroes cuando llegamos a casa tras una tirada de 30 kilómetros o unas eternas series de 200 metros tras haber padecido lo más parecido al diluvio universal.
Incluso hay quienes aseguran que estos entrenamientos 'valen por dos'. No importa si este tipo de heroicidades nos deja postrados durante una semana en la cama por culpa de una pulmonía o si el entrenamiento no nos ha servido absolutamente para nada porque nos hemos visto obligados a correr mucho más despacio de lo previsto o hemos sido incapaces de aguantar el ritmo en las series. Lo que importa es salir, ¿o no?
Sin duda, la climatología no se lo pone nada fácil al runner y mucho menos a quien quiere iniciarse en este maravilloso deporte. De hecho, si nos fijamos bien, son muy pocos los meses del año en los que el tiempo juega realmente a favor del corredor popular.
A las pruebas me remito. En verano, el 'caloret' puede llegar a ser insoportable y, aunque los días son mucho más largos y, en teoría disponemos de muchas más horas para poder salir a correr, lo cierto es que o lo hacemos a primerísima hora de la mañana o cuando ya se ha puesto el sol, o podemos llevarnos un buen susto si nos da un golpe de calor. Además, el calor es muy difícil de combatir. Ni siquiera saliendo a correr como nuestras madres nos trajeron al mundo.
No pinta mejor en invierno. Aunque muchos runners prefieren el frío polar al calor insoportable del verano para salir a 'quemar zapatilla', lo cierto es que tampoco es la época del año más apetecible para correr y, mucho menos, para iniciarse en el running.
El cuerpo rara vez te pide salir antes de que hayan puesto las farolas o a última hora de la noche. Mucho menos si las temperaturas bajan de cero, con charcos y barro por doquier. Lo ideal sería poder salir al medio día, cuando las temperaturas no son tan desagradablemente frías. Sin embargo, es una opción que entre semana son muy pocos los que se lo pueden permitir.
¿Y en otoño? La temperatura es algo más agradable pero anochece pronto y suele llover demasiado. Y no solo eso sino que, como también suele suceder en invierno, podemos encontrarnos con nuestro peor enemigo: el viento.
Si llueve a cántaros se te empañan los ojos, te calas, pisas charcos, pero puedes seguir corriendo. Pero correr con fuertes rachas de viento puede llegar a convertirse en misión imposible.
Si sopla en contra, puede resultar realmente complicado avanzar, mientras que si sopla a nuestro favor puede lanzarnos peligrosamente hacia adelante. Las fuertes rachas de viento nos obligan a correr a trompicones, tirando a tope de brazos y piernas cuando nos viene de cara y obligándonos a frenar de cuádriceps cuando nos empuja con fuerza hacia adelante.
Y, sin embargo, ahí estamos. Plantando cara a los elementos. Como auténticos superhéroes.