La distancia es un filtro a partir de los 42 kilómetros del maratón. En casi ninguno de los maratones conocidos es preciso presentar una prueba médica de que estás para afrontar ese largo trago. Como mucho, las organizaciones hacen que firmes un pliego de descargo en el que les eximes de la responsabilidad de lo que pueda pasarte. Además, declaras que no harás el cabra y que estás poco menos que en plenitud de tus facultades, psíquicas y físicas.
Pero siguen ocurriendo fatalidades. Así que toca ser previsor y cubrir los riesgos. Hay varias maneras de hacerlo. Mirar a otro lado y lavarse las manos, preocuparse de los participantes o empezar a repartir licencias: quién merece un carné de corredor y quién no podría ser una manera de hacerlo.
Las pruebas que se acogen al calendario de la Real Federación Española de Atletismo disfrutan de licencias de un día y existe el llamado Carnet de Corredor Plus. Este asunto generó discusiones sobre el objetivo y monetarización de la medida. Y muchas pruebas no son de ese calendario. El riesgo sigue ahí, entonces.
Esto no es así en todos los sitios. En Francia, sociedad ciertamente obsesionada con la regulación administrativa, hace tiempo que las carreras de larga distancia, maratones, ultras y trails, exigen con frecuencia un certificado médico.
Es de todos conocido el trago de andar buscando un médico que te firme el papeleo cuando crees que, con reservar el vuelo, dorsal y hotel a tu maratón de París o las pruebas trail en los Alpes, ya está todo hecho.
En España hay un ejemplo valiente en la Madrid-Segovia. Es apenas un islote normativo en las carreras de más de cincuenta kilómetros. Desde la edición de 2015 es necesario aportar una prueba médica de esfuerzo, firmada.
Este año las exigencias se mantienen: o ergometría o no hay dorsal. Anna Giustolisi, la directora de esta exigente carrera, afirma que “casos graves de ediciones pasadas nos obligaron a contratar incluso un segundo médico”. Aun así, la ley solo obliga a presentar un seguro de responsabilidad civil y otro de accidentes, como norma general.
La efervescencia de corredores que buscan “superar retos” hace que muchos suban distancia e intensidad de los entrenamientos sin una vigilancia médica. Prácticamente ningún corredor sabe si padece una dolencia cardíaca congénita. No hablo de pesar mucho, calambres por agotamiento o articulaciones hechas un asco. De eso nadie sufre una parada cardiorrespiratoria.
El propósito de la carrera entre Madrid y Segovia está siendo ponerse a la cabeza de la seguridad médica a pesar de perder algunos apoyos. Por este motivo sufren injustos comentarios de participantes o aspirantes a ello, afirmando que las pruebas de esfuerzo son una traba o una manera de sacar dinero.
En un punto intermedio, por añadidura, en la Madrid-Segovia existe un médico de la carrera con la facultad de retirarte de la misma si no te ve en condiciones. ¿Es esto excesivo? No lo creo. La peor lacra que arrastra el famoso running es el de los fallecimientos en carrera. Ni que ensuciemos el monte (que también), los atascos ocasionados en las ciudades o la invasión de parques tranquilos llenos de ánades que reposan.
Las pruebas de ultradistancia y los maratones tienen una maravillosa parte de aventura. Pero hay que saber controlar los esfuerzos. Metidos en harina y con el dorsal prendido, hay corredores que ignoran o intentan superar momentos de debilidad que podrían ser un síntoma grave. Giustolisi asegura con dolor que “después de recibir críticas, que si nos metemos donde no nos llaman, algunos corredores experimentados no han pasado los resultados de la prueba de esfuerzo”.
Decir que llevamos corriendo toda la vida no nos libra de ser un grupo de riesgo. El calor, las distancias, correr con intensidad por circuitos más o menos duros suman pequeños factores que podrían desembocar en una fatalidad que nadie desea. Desde aquí, mi apoyo total a un hábito que nos podrá servir toda la vida y que, probablemente, no cueste ni la décima parte de lo que gastamos al año en zapatillas, gadgets o ropa para correr.