De inmediato salta la pregunta. Si a las marcas comerciales y las tiendas les obligan a disimular sus logos entre la piedra centenaria, el ladrillo mozárabe o la arquería de medio punto ¿no se está machacando la esencia estética con la bulla de la carrera?
Pueblos medievales y cascos históricos de incalculable belleza atraen a miles de visitantes que desean llevarse en su retina las imagenes serenas del gótico o del románico del país. Al renacentismo, que lo zurzan. En pleno apogeo del debate sobre si los corredores en tropel agreden la esencia medioambiental de las montañas, viene a la cabeza esta remota posibilidad.
Que alguien se queje por el estropicio es cosa de tiempo. La realidad es que los tinglados de las carreras son desmontables y podemos presumir de no contaminar el medio urbano salvo por la eterna guerra de los desperdicios. Pero existe una posibilidad no descabellada. Del mismo modo que ya existen establecimientos hoteleros donde no admiten perros o tiernos infantes, podría suceder que asociaciones vecinales o gremios profesionales no admitieran globos de CocaCola o arcos hinchables de Adidas boost en alguna de las preciosas plazas de su localidad.
Al final esto no deja de ser una provocación que lanzo.
La realidad es que los que otorgan los permisos saben por dónde entrar a los posibles vecinos descontentos. No haciéndoles caso. O apresurandose a venderles el hecho de esa carrera como un día de fiesta local. ¿Los comerciantes locales? En pleno ejercicio de su espíritu tendero, lo más lógico es que quieran aprovechar la invasión de los deportistas flacos con chándals de colorines y gafas de sol de diadema.
Pero por todos lados empieza a tomar cuerpo esa peligrosa amalgama de caracteres diametralmente opuestos llamada ‘movimiento ciudadano’ y ‘interés general’. En nombre de la masa, tonterías más gordas se han propuesto y han sido contestadas con no menos ahínco regulador.
Tú vas a Florencia de viaje de novios y te encuentras el City Urban Tanqueray Run con megafonía en mitad de la plaza principal. Y globos y confeti por todas las esquinas. Y te cagas en la madre de todos nosotros.
Contrario sensu, convence al concejal de que tu recorrido hará que los participantes de la carrera aprecien cada esquinazo, cada escondido rincón. Y que al ábside de San Cipriano apenas le afectará que adoses una carpa de fisioterapeutas durante la mañana de un domingo.
Salvo que haya santos oficios. Ahí sí que hemos topado con ‘lo otro’.
En fin, ¿de qué lado te pones? ¿Del preservador de la belleza o del uso alegre y colorista de la ciudad?