Llega ese momento de la temporada en el que los objetivos cambian. Probablemente estés pensando en qué hacer los fines de semana, que cada vez tienes más tiempo libre.
En la nevera ya no cuelga tu viejo planning, tu medalla de finisher empieza a coger polvo y lejos queda cualquier gran prueba que merezca una preparación a tope. Sales a la calle para un trote suave pero no eres capaz de encontrar a ninguno de tus compañeros de fatigas.
“¿Dónde está la gente?”, te preguntas. Al final, das con la respuesta. Dispuestos en círculo, charlando animadamente y con un refrigerio en la mesa, toda la tropa ha quedado en el bar para tomar algo y comentar cómo han ido las últimas carreras.
Sí, hasta en esas tardes de tapeo somos runners, que no se nos olvide. Con la llegada del calor tenemos ganas de salir a disfrutar del buen tiempo: seas de los que sigue entrenando a tope o de los que paran en cuanto llega el buen tiempo, la terracita empieza a llamarnos.
Me encanta combinar los entrenos con esas sesiones maratonianas en el bar de abajo. Pero tengo un problema: todo lo que me gusta es ilegal, inmoral y, por encima de todo, engorda. Hay días en los que sabes cuándo te sientas pero, al final, no tienes claro si podrás levantarte.
Los manjares que nos encontramos en todas las cartas del bar del barrio nos llaman: ¿seremos capaces de evitarlos?, ¿podemos pasar una buena tarde cortando por lo sano?
Lo bueno que tiene el salir a comer de tapas o el sentarte a tomar algo es la variedad que puedes encontrar en la carta, aunque la mayoría del menú pertenezca al género de los fritos. Tendrás que renunciar a ese calorcito y al sabor de chocos, calamares, croquetas y otros manjares.
¿Carnes o pinchos? Ni pensarlo. ¿Y esos cacahuetes y almendras que te ponen? Ahí tenemos que moderarnos: un puñado que te comerías en una prueba de distancias largas es igual que el que te tomas con una caña, pero seguro que no sigues corriendo cuando se te acaba la bebida.
Seguro que alguno me estará llamando triste, pero la alternativa que vais a encontrar a continuación te cambiará la cara. La clave está en simplificar: la mayoría de cosas que puedes encontrarte de tapeo requieren elaboración lo que lleva, a su vez, a añadir calorías que no nos sirven o a quitar algunos nutrientes.
Tira más por la tapita de jamón con su pan con tomate: nuestro gran embutido es pura proteína, y si tiras por el ibérico –siempre que la cartera nos lo permita- te llevas sabor y menos grasas saturadas que con otros embutidos.
¿Y los moluscos? Una latita de berberechos o unos mejillones al vapor son un clásico en prácticamente todas las terrazas playeras de nuestra costa. Siguen la misma ecuación: muchas proteínas frente a poca grasa. Y si estás por Galicia, tira al bar y pídete una de pulpo, que no hay manjar más delicioso.
Otra buena opción es la de incluir verduras. Sintiéndolo mucho, no incluimos aquí a las patatas bravas. En mis vacaciones por el sur, más de una vez me traían de tapa un poco de pepino y tomate aliñados para acompañar la bebida: los dos ingredientes más importantes de un buen gazpacho nos aportan líquido, algo que siempre nos faltará si seguimos entrenando a nuestro ritmo habitual o si hemos decidido tostarnos al sol durante los meses de calor.
Todo esto es un pequeño resumen de lo que cualquier nutricionista puede contarte. Como cada cuerpo es distinto, te recomiendo que antes visites a un profesional y evalúes tus objetivos para combinarlos con una alimentación saludable. ¡Que aproveche!