Es de lo más habitual: vas al dietista ahora en septiembre porque quieres bajar unos pocos de los kilos que has ganado en el chiringuito durante las vacaciones y, lo primero que te dice, después de hacerte unos análisis de sangre, es que debes dejar de comer, entre otros productos, las patatas. ¡Acabáramos!
Las pobres patatas, que van creciendo lentamente en el subsuelo esperando a ser aradas para llegar a nuestros platos, se ven, de repente, exiliadas, y sin saber por qué. ¿Qué han hecho ellas para merecer esto?
Una patata tiene, de media, 163 calorías, 4,7 gramos de fibra, 4,3 gramos de proteína, 37 gramos de carbohidratos, y al menos dos veces más potasio que un plátano, además de ser una rica fuente de Vitamina B6, Vitamina C y Magnesio. Y ahora viene lo más importante: no tiene colesterol y es baja en sodio.
Ya, claro, pero mira esos 37 gramos de carbohidratos
Seguramente es lo que estarás pensando ahora, que, efectivamente, con esos carbohidratos ¡37! ya se te fastidia lo que puedes ingerir en un día. Bueno, relativiza el asunto. Una patata tiene los mismos carbohidratos que una lata de maíz, un bol no muy grande de espagueti o tres rebanadas de pan de molde integral, del que usas para desayunar ‘light’.
Ahora bien, ¿cuál es el problema? Claro, que tomarse una patata cocida así, a palo seco, es un poco triste. Mejor echarle un poco de queso para que se funda por encima, o un poco de mojo picón bien cargado de aceite, o, por qué no, una buena dosis de mantequilla y sal. Habrá que darle sabor ¿no?
Ahí es donde está el error verdaderamente: en todos los “condimentos” que le echamos a las patatas y que son los que realmente te hacen engordar y te destruyen la dieta. O si las comes fritas, con kétchup y como acompañante de una hamburguesa.
Así pues, dejemos de odiar tanto a nuestra querida patata y démosla una nueva oportunidad. Ella no es la culpable de que a nosotros nos gusten los condimentos grasientos que las echamos para saciar nuestra gula. No, ella no. #Respect.