¿Preparado para afrontar la Transpirenaica, el Camino de Santiago, Transalgarvia u otra ruta por la Península Ibérica o fuera que requiera un compromiso de varios días, algunos en autoabastecimiento?
Entendiendo que cuentas con pinchazos, lesiones los problemas de transporte, sol y tormentas, seguro que hay imprevistos que no puedes tener en cuenta, y que alguno o varios de ellos te ocurrirán en un momento u otro.
Algo que siempre cumplen los recorridos es ser más largos, más duros y peor señalizados de lo que parecían sobre el papel. Por más que analices el perfil de la ruta, pasees a vista de pájaro con Google Earth y consultes guías y blogs, las cuestas son más duras de lo previsto y el terreno no tan sólido. A veces hay que desbrozar los caminos en tramos por monte.
Los horarios de las etapas que se aconsejan suelen ser propios de ganadores del Tour; alguien dio un tiempo estimado hace tiempo y los que lo han hecho después han querido ser mejores recortando un poco cada uno.
Una vez que te sabes la jugada, sabrás a qué atenerte: intentarás mejorar el tiempo del último que hizo la reseña y, sin lograrlo, reseñarás que casi lo hiciste. Recomenzarás el ciclo, además de convertir la salida en un calvario a nada que seas un poco competitivo.
Que el cuadro de la bici dé un problema es poco habitual: todo lo demás dará un disgusto en un momento u otro, empezando por los frenos de disco y la amortiguación. Pero sobre todo, en salidas de varios días, los problemas vienen por el uso repetido de material levemente incómodo.
Es decir, ese sillín no del todo cómodo, esos guantes de una talla no del todo ajustada, pero que estaban de oferta, esas zapatillas que rozan ligeramente, ese casco demasiado ajustado; todo lo que usas en salidas de uno o dos días y que era suficiente, es susceptible de convertirse en herramientas de tortura.
En algún momento te arrepentirás de haber cargado demasiado la mochila o las alforjas; te prometerás aprender el arte de guardar lo imprescindible.
Pero sólo hasta que toda la ropa que llevabas esté completamente mojada o sucia más allá de lo vestible. Entonces caerás en la cuenta de que una camiseta y un forro o chaqueta de repuesto pesan y ocupan muy poco. Unos calcetines de repuesto y ropa interior, aún menos, y tampoco están.
Claro, que muchas veces eso se podría evitar habiendo comprado una chaqueta de protección contra la lluvia adecuada. O habiendo recordado añadirla al equipaje, en lugar de ese cortavientos de correr que ya no usas porque está dado de sí pero parecía buena idea para una ruta ciclista. Quien iba a sospechar un par de horas bajo el agua al día.
Justo cuando la necesites te darás cuenta de que no has traído la linterna frontal. O que no has traído pilas de repuesto. Y eso independientemente de que seas la persona más precavida del mundo y nunca salgas a dar un paseo sin una linterna; el día que te toque pedalear de noche, no la tendrás encima. Ni un pueblo cerca para comprar pilas u otra linterna.
Hay que contar con noches al raso. Lo que sí sorprende es que no haya agua cerca, con la mochila llena de liofilizados. Además, el cartucho de gas no se corresponde con el quemador, y posiblemente tampoco el cazo tiene como sostenerse encima del infiernillo, con lo que el agua no solucionaría la comida, aunque no sentaría mal no pasar sed y asearse.
Quizá todo esto tiene solución y no resulta demasiado grave, a no ser que ocurra, de todas, mi favorita: un par de inconvenientes, como averías y mal tiempo en una cordillera remota, con poca comida y sin un euro en el bolsillo, dado que contabas con pagar con tu visa todo lo necesario en esos pueblos que aparecen en el mapa. Entonces, por experiencia te lo digo, prepárate a una aventura de verdad.