Se decreta el día sin coches. Las bicicletas saltan a la calle. Se viaja a Ámsterdam y todo el mundo regresa emocionado. Llega el verano y paseamos por el pueblo y hasta compramos el pan montado en ella. Llega el día de pasar a usarla a diario y empiezan las broncas. Todo por la incomprensible expulsión de las bicicletas de las calzadas.
Después de los años del coche para todo asoma un tímido momento dulce para la bici. Sevilla, Roma, París, Londres o Berlín corren tras las reinas, las ciudades holandesas y danesas. Pero aquí nos damos de tortas.
Enviamos al tráfico lento de las dos ruedas a las aceras. Que las calles siguen siendo para las cuatro. Vuelta a dar pasos para atrás. Desde la óptica del peatón hemos pasado de desear un transporte ecológico a salir de nuestro portal mirando desconfiados. Peatones contra ciclistas contra conductores. Cuesta entenderlo aunque, oído lo que se oye por las aceras y vistas las normativas más recientes, si eres conductor acérrimo e irresponsable parece que podrás dormir tranquilo porque las ordenanzas parecen haber jugado, por fin, a tu favor.
¿Cómo pueden ser enemigos los ciudadanos que hacen más tranquilas las calles?
¿En qué momento se torció todo?
Veamos. Parece ser que las bicicletas son vehículos. Y necesitan usar una plataforma en la que se pueda circular de 10 a 20 kilómetros por hora, si van a ser usadas por la ciudad. En este debate no pintan nada (iba a escribir que no pintan una mierda pero Antena3 es un medio serio…) las eternas peleas sobre carriles bicis para entrenar.
Porque en mitad de una carretera no vive nadie ni sale la gente a la acera. Por supuesto que debe haber carriles-bici para hacer deporte. Yo mismo he entrenado durante años por los Países Bajos en fabulosas pistas de doble carril para preparar carreras. Pero esto va de otra cosa. De desplazarse por la ciudad, no de mover 450 watios con espuma en la boca.
En la ciudad, la velocidad media se reduce. Dicen que tanto, casi, que es más rápido ir corriendo que en coche. Todo va más lento. En ese ritmo encaja perfectamente el transporte delgadito y verde de la bici. Y la ciudad ha de pensar en que sus dueños (los ciudadanos que pagan los impuestos) mandan. Los coches no. Los dueños de las empresas del automóvil tampoco. Pero han logrado que los ciudadanos se enzarcen entre ellos.
Mi posición es que la acera es para caminar. Tal es mi posición que incluso apoyo las quejas de los que nos insultan cuando pasamos corriendo haciendo ese por una acera estrecha. Y nuestra querida herramienta de pobre, ese vehículo que no gasta y además trabaja por nuestro corazón, esa bici debe tomar el carril más lento de la calzada e invadirlo sin compasión. Es un vehículo y un medio de transporte.
Da miedo al principio. Sí. Pero al conductor bocazas se le puede plantar cara con seriedad. A quien no se le puede plantar cara es al listo que reguló el tráfico de la bicicleta por las aceras. Y esto es una carga que no soltaremos hasta que un primer gobierno municipal de el paso valiente.
Os recuerdo que en los años 50 en las ciudades holandesas se anegaban canales y asfaltaban calles para que los coches pudiesen cruzarlas. En los años 60 confluían varios factores, entre los cuales estaban el de atropello de peatones y niños. Y un gobierno dio un paso que nadie se ha atrevido a revocar. La siguiente generación de ciudadanos considera de imbéciles suprimir los privilegios de la bicicleta.
¿Cómo pueden ser enemigos los ciudadanos que hacen más tranquilas las calles? ¿En qué cabeza cabe? Vale. No me des nombres. Pero ‘esa’ cabeza probablemente esté más ocupada con su futuro político.
Los que despotrican contra los chavales tienen razón en hacerlo. No la tienen contra quien lo hacen. La ‘puta manía de ir por la acera’ no es culpa de quien usa la bicicleta. Es culpa de quien los empuja a ir por ella.